domingo, 8 de agosto de 2010

Accelerando

Vicente se despidió de un beso de Marta y salio, a paso acelerado hacia el hospital, aunque ya estaba oscuro aún no era tarde, por lo menos para los parámetros de la cuidad. Saludó al portero, fue a su casillero, omitió un par de risillas que oyó en la zona de descanso del personal, tomó sus cosas y fue al estacionamiento, lógicamente subió a su auto, prendió la radio más que nada para tener algo de ruido de fondo y partió hacia el café. Es sólo cosa de mirar su cara para saber que está emocionado, tanto como un niño al llegar corriendo a ver sus regalos de navidad. Y por ese extraño sentido del humor que tiene la vida, de la misma forma que la cara del niño se desforma en una mueca de decepción al ver que aquella caja tan grande que debía contener el volcán de X-troyer con Psycho, Elementor, Bio-constructor, Max Steel y su moto para lava transformable en un planeador transformer hecha de renio en verdad contiene una cantidad industrial de calcetines, se desformó la de Vicente al descubrir que un caracol parapléjico avanzaba más rápido que aquella larga hilera de autos. Es algo típico, justo cuando se descubre algo que merece un nobel, se gana un premio gordo en un juego de azar, se le encuentra sentido a algo tan importante como...como el universo, entonces o no hay señal en el celular o hay taco o cae un avión en el patio, hay una abducción extraterrestre, etc... en fin, algo impide hacer lo que se debe...no, lo que se siente que se debe hacer.

Para conservar el decoro omitiremos las miles de maldiciones, garabatos, descripciones poco ortodoxas y demases que Vicente le dijo a: Transantiago, los automovilistas en general, Carabineros de Chile, Municipalidad de Providencia, Municipalidad de Santiago, Ministerio de obras públicas, Vialidad, el locutor de la radio, los peatones, Santiago, Alicia, las mujeres, la humanidad y, principalmente, a si mismo, por su falta de entendimiento o, mejor dicho, por su estupidez.

Gracias a las maravillas de la narrativa, podemos saltarnos la hora y media que pasó metido en aquella larga hilera de bocinazos e improperios (recorrido que normalmente se hace en unos quince minutos), pasar el accidente que produjo todo ese atasco y llegar directamente a cuando estacionó el auto en Lastarria. Bajó corriendo del automóvil, dio tres zancadas largas, volvió a cerrar la puerta y apretó el botón de la alarma, volvió de nuevo al auto, intentó abrir, sonó la alarma, apagó la alarma, sacó el abrigo y los documentos, cerró la puerta, puso la alarma, corrió a la esquina y, arreglándose frente a un escaparate, caminó hacia el café con paso rápido, pero despreocupado, una cosa es correr a un lado y otra muy distinta es mantener aquellas migajas de dignidad.

La campanilla de la puerta bailó alegremente mientras Vicente cruzaba el umbral, nuevamente se sintió invadido por aquel sabroso aroma a café recién hecho y recorriendo el local con la mirada la vio, sentada en una esquina con una ligera mueca de decepción en el rostro. "Estaba esperando a alguien" pensó, algo decepcionado y, haciendo caso omiso al mesero se dirigió a la mesa.

-Hola Alicia.-Dijo con voz firme, mientras por dentro le temblaba hasta el tuétano.
-¿Ah?-Contestó ella levantando la vista de un libro lleno de anotaciones en los bordes.- ¡Señor Gris! No te había reconocido.
-¿Cómo estás?-Preguntó Vicente después del beso en la mejilla de rigor.
-Bien, bien, gracias. ¿Y tu?-Contestó ella mientras miraba hacia fuera.
-Bien también, gracias.
-¿Qué haces por acá, Señor Gris?
-Vengo por un café, un moca.-Dijo Vicente un poco más alto, para que Ro, que estaba detrás de él, escuchase.-y...esperaba encontrarte.-Dijo mientras se sentaba.
-¿En serio?-Preguntó Alicia despegando la vista de la ventana y mirándolo con una curiosidad sarcástica.-¿Y eso por qué?
-Porque quería que supieras que ya entendí.-Replicó Vicente mientras Ro ponía el tazón de mocaccino en la mesa.
-¿Qué cosa?-Preguntó ella mirándolo esta vez sin sarcasmo en la mirada.
-Que mi vida es una real mierda.-Dijo Vicente, bebiendo con autentico placer su café.

sábado, 7 de agosto de 2010

Morendo

Entró al café, saludó al mesero, buscó una mesa vacía, dejó el bolso y el abrigo en el respaldo de la silla y se sentó, esperó pacientemente a que el mozo viniese, intercambiaron unas pocas palabras y él se retiró. Después de unos cuantos minutos llegó su mocaccino y su medialuna rellena de chocolate, abrió su bolso, revolvió su contenido unos cuantos minutos y finalmente, con aire triunfante, sacó un libro y un lápiz mina. Abrió el libro y mientras tomaba a sorbos el café, leía. De vez en cuando se detenía y hacía un par de anotaciones en el borde de las páginas y, de una forma casi ritual, cada vez que daba vuelta una de ellas miraba hacía la ventana esperando ver su silueta, cada vez que miraba su humor empeoraba un poco, la decepción era casi tangible. Su corazón daba un pequeño brinco cada vez que sonaba la campanilla que había en la puerta, pero no, era tan sólo otro de los clientes. Terminó el café, terminó la medialuna, se quedó en el asiento por una media hora más, nadie le dijo nada. Finalmente el mozo se acercó, pidió otro café más, esta vez un latte y una medialuna rellena de mermelada de frambuesa. Se le acabó la mina al lápiz, nuevamente se sumergió en el bolso hasta que sacó otro y sin contemplaciones lanzó el lápiz gastado a las profundidades. Sonó un celular, contestó el mensaje de manera escueta, casi violenta. Volvió a leer y a escribir, finalmente tomó una libreta y copió todas las notas del libro, las enviaría por mail a penas llegara al departamento, nuevamente sonó el celular, esta vez era una llamada, la despachó rápido, sin explicaciones. Pidió la cuenta y, mientras miraba por la ventana, sintió una mano en su hombro.

-De nuevo no llegó.- Dijo el mozo dejando el platillo con la cuenta y la boleta en la mesa.
-No, pensé que hoy si. ¿Cuanto ha sido?- Preguntó.
-Más de lo que es sano.-Contestó el mozo.
-Si, creo que si.-Dijo mientras revisaba su billetera y sacaba algunos billetes para pagar la cuenta.
-¿Vendrás mañana?
-No lo sé, probablemente.-Contestó mientras se ponía de pie. Tomó la boleta, guardó el libro y el lápiz en el bolso, se puso el abrigo, revisó que no se le quedara nada, guardó la libreta en el bolsillo y palpó el otro para cerciorarse que las llaves estuviesen allí.
-Cuídate, Ro.
-Nos vemos, Alis. Cuídate.