jueves, 22 de julio de 2010

Y así fueron pasando los días, lentamente. Tal como lo había predicho Vicente, su vida se desmoronaba a pedazos, caía en pequeñas piezas que la gente pisoteaba sin compasión alguna: sus compañeros de trabajo, sus compañeras de cama, ya que a Camila la siguió pronto Pía y finalmente María, sus mismos "amigos" que pasaron de ser sus "confidentes" a burlarse abiertamente de él y ni hablar de las conquistas de una noche... Ya no habían ganas de salir, mucho menos de ir de "caza" y el par de veces que lo intentó se encontró con que su cara denotaba ya no aquel frío desinterés, ni aquella aura de suficiencia, sino que más bien un aire de desesperación, unos ojos que deseaban más que nada en el mundo volver a tener sexo desenfrenado, volver a no sentir nada más que aquella paz, aquel nublamiento de la razón que provoca el orgasmo...la pequeña muerte. Pero hasta eso le había sido negado. Él, Vicente, de un día para otro se había quedado...impotente. Si, podía excitarse solo, pero no era lo mismo, es como comparar el mejor café de grano con esas mierdas instantaneas: los dos saben a café, los dos te despiertan, traen cafeína, pero uno es un pobre sucedaneo del otro, así de simple. En verdad no entendía ni el como ni el por qué le había ocurrido esto. Fue de la noche a la mañana, o más bien fue cosa de horas...Alicia, esa muchacha, esa pequeña puta algo le había hecho, algo le había metido en la cabeza que hacía que su pequeño amigo ya no quisiese trabajar, pero siguiendo la voz de la razón (cosa que Vicente no hacía muy a menudo) se encontraba con que en verdad era un pensamiento bastante estúpido. ¿Qué le podría haber hecho esa muchacha? Más aún, que podría haber hecho en menos de una hora. No, cientificamente era algo imposible y él era médico, debía haber alguna respuesta coherente, al parecer la respuesta estaba...no sabía donde estaba, así que, desesperado, acudió al úrologo, obviamente recetó pastillitas azules y hora al psicólogo...No, Vicente no quería eso, quería volver a ser el que había sido y, el usar las pastillitas...bueno, era como masturbarse, tan sólo un sucedaneo de café.

Después de mucho pensarlo se decidió a ir, había faltado a la cita, probablemente lo echaría a patadas, pero en verdad necesitaba desahogarse, sobretodo después de escuchar a la pasada aquellas palabras de aquella con la que había pasado tan bue...húmed...calien...en fin, felices momentos.

-¿En verdad no funcionó?-Preguntó una voz.
-No, Niña, nada, estaba ahí lacio y mustio. Te juro que verlo así daba lástima. Igual se veía tierno.-Contestó Pía.
-¿Y que hiciste?
-Nada, me vestí y me fui. Si entre él y mi marido...buuuu, mejor me compro un consolador, dan menos problemas.- Terminó Pía entre risas.

Salió del hospital, se desvió del camino por lo menos una media hora a pie, tan sólo para ir a comprar aquellos pastelillos que sabía que tanto le gustaban, aprovecho de comprar un gran ramo de rosas en la florería del frente y, con paso mesurado, preparándose para el inminente rechazo, fue a la casa. Tocó el timbre tres veces, impaciente, y, al abrir, tan sólo notó aquel ceño fruncido, la postura rígida y los ojos fríos.

-¿Qué haces acá?
-Lo siento.-Mascullo por lo bajo. -Sé que no tengo perdón de dios.
-Eso depende. ¿Qué traes ahí?
-Pastelitos...
-Pasa, pero con una condición.
-Lo que quiera.-Dijo aún con la vista en el suelo.
-Nunca más me dejes esperando, al final Don Gato y la Pelusa se comieron el pie.- Dijó la "Señora" dándole un abrazo a Vicente, cosa que él, en verdad, no esperaba.

La viejecita tomó las rosas y fue a la cocina, Vicente se quedó en la antesala mirando, como siempre, las fotos de aquel hombre vestido de uniforme con su postura orgullosa, las de los dos hombrecitos y la niña, en distintas situaciones: primera comunión, cumpleaños, recibiendo sus títulos; los diplomas colgados en la pared: mejor compañero, mejor alumno, premio al esfuerzo; las medallas, los recuerdos...Y así, desentonándo completamente, de fondo se oían los gemidos de los clientes de turno confundiéndose con los maullidos de la Pelusa. Una dicotomía...extraña, hasta divertida.

La anciana volvió con las rosas puestas en un florero, lo dejó sobre el arrimo de la entrada y tomándolo del brazo lo hizo avanzar hacia la cocina.

-Vamos, en cualquier momento pueden bajar.

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