domingo, 8 de agosto de 2010

Accelerando

Vicente se despidió de un beso de Marta y salio, a paso acelerado hacia el hospital, aunque ya estaba oscuro aún no era tarde, por lo menos para los parámetros de la cuidad. Saludó al portero, fue a su casillero, omitió un par de risillas que oyó en la zona de descanso del personal, tomó sus cosas y fue al estacionamiento, lógicamente subió a su auto, prendió la radio más que nada para tener algo de ruido de fondo y partió hacia el café. Es sólo cosa de mirar su cara para saber que está emocionado, tanto como un niño al llegar corriendo a ver sus regalos de navidad. Y por ese extraño sentido del humor que tiene la vida, de la misma forma que la cara del niño se desforma en una mueca de decepción al ver que aquella caja tan grande que debía contener el volcán de X-troyer con Psycho, Elementor, Bio-constructor, Max Steel y su moto para lava transformable en un planeador transformer hecha de renio en verdad contiene una cantidad industrial de calcetines, se desformó la de Vicente al descubrir que un caracol parapléjico avanzaba más rápido que aquella larga hilera de autos. Es algo típico, justo cuando se descubre algo que merece un nobel, se gana un premio gordo en un juego de azar, se le encuentra sentido a algo tan importante como...como el universo, entonces o no hay señal en el celular o hay taco o cae un avión en el patio, hay una abducción extraterrestre, etc... en fin, algo impide hacer lo que se debe...no, lo que se siente que se debe hacer.

Para conservar el decoro omitiremos las miles de maldiciones, garabatos, descripciones poco ortodoxas y demases que Vicente le dijo a: Transantiago, los automovilistas en general, Carabineros de Chile, Municipalidad de Providencia, Municipalidad de Santiago, Ministerio de obras públicas, Vialidad, el locutor de la radio, los peatones, Santiago, Alicia, las mujeres, la humanidad y, principalmente, a si mismo, por su falta de entendimiento o, mejor dicho, por su estupidez.

Gracias a las maravillas de la narrativa, podemos saltarnos la hora y media que pasó metido en aquella larga hilera de bocinazos e improperios (recorrido que normalmente se hace en unos quince minutos), pasar el accidente que produjo todo ese atasco y llegar directamente a cuando estacionó el auto en Lastarria. Bajó corriendo del automóvil, dio tres zancadas largas, volvió a cerrar la puerta y apretó el botón de la alarma, volvió de nuevo al auto, intentó abrir, sonó la alarma, apagó la alarma, sacó el abrigo y los documentos, cerró la puerta, puso la alarma, corrió a la esquina y, arreglándose frente a un escaparate, caminó hacia el café con paso rápido, pero despreocupado, una cosa es correr a un lado y otra muy distinta es mantener aquellas migajas de dignidad.

La campanilla de la puerta bailó alegremente mientras Vicente cruzaba el umbral, nuevamente se sintió invadido por aquel sabroso aroma a café recién hecho y recorriendo el local con la mirada la vio, sentada en una esquina con una ligera mueca de decepción en el rostro. "Estaba esperando a alguien" pensó, algo decepcionado y, haciendo caso omiso al mesero se dirigió a la mesa.

-Hola Alicia.-Dijo con voz firme, mientras por dentro le temblaba hasta el tuétano.
-¿Ah?-Contestó ella levantando la vista de un libro lleno de anotaciones en los bordes.- ¡Señor Gris! No te había reconocido.
-¿Cómo estás?-Preguntó Vicente después del beso en la mejilla de rigor.
-Bien, bien, gracias. ¿Y tu?-Contestó ella mientras miraba hacia fuera.
-Bien también, gracias.
-¿Qué haces por acá, Señor Gris?
-Vengo por un café, un moca.-Dijo Vicente un poco más alto, para que Ro, que estaba detrás de él, escuchase.-y...esperaba encontrarte.-Dijo mientras se sentaba.
-¿En serio?-Preguntó Alicia despegando la vista de la ventana y mirándolo con una curiosidad sarcástica.-¿Y eso por qué?
-Porque quería que supieras que ya entendí.-Replicó Vicente mientras Ro ponía el tazón de mocaccino en la mesa.
-¿Qué cosa?-Preguntó ella mirándolo esta vez sin sarcasmo en la mirada.
-Que mi vida es una real mierda.-Dijo Vicente, bebiendo con autentico placer su café.

sábado, 7 de agosto de 2010

Morendo

Entró al café, saludó al mesero, buscó una mesa vacía, dejó el bolso y el abrigo en el respaldo de la silla y se sentó, esperó pacientemente a que el mozo viniese, intercambiaron unas pocas palabras y él se retiró. Después de unos cuantos minutos llegó su mocaccino y su medialuna rellena de chocolate, abrió su bolso, revolvió su contenido unos cuantos minutos y finalmente, con aire triunfante, sacó un libro y un lápiz mina. Abrió el libro y mientras tomaba a sorbos el café, leía. De vez en cuando se detenía y hacía un par de anotaciones en el borde de las páginas y, de una forma casi ritual, cada vez que daba vuelta una de ellas miraba hacía la ventana esperando ver su silueta, cada vez que miraba su humor empeoraba un poco, la decepción era casi tangible. Su corazón daba un pequeño brinco cada vez que sonaba la campanilla que había en la puerta, pero no, era tan sólo otro de los clientes. Terminó el café, terminó la medialuna, se quedó en el asiento por una media hora más, nadie le dijo nada. Finalmente el mozo se acercó, pidió otro café más, esta vez un latte y una medialuna rellena de mermelada de frambuesa. Se le acabó la mina al lápiz, nuevamente se sumergió en el bolso hasta que sacó otro y sin contemplaciones lanzó el lápiz gastado a las profundidades. Sonó un celular, contestó el mensaje de manera escueta, casi violenta. Volvió a leer y a escribir, finalmente tomó una libreta y copió todas las notas del libro, las enviaría por mail a penas llegara al departamento, nuevamente sonó el celular, esta vez era una llamada, la despachó rápido, sin explicaciones. Pidió la cuenta y, mientras miraba por la ventana, sintió una mano en su hombro.

-De nuevo no llegó.- Dijo el mozo dejando el platillo con la cuenta y la boleta en la mesa.
-No, pensé que hoy si. ¿Cuanto ha sido?- Preguntó.
-Más de lo que es sano.-Contestó el mozo.
-Si, creo que si.-Dijo mientras revisaba su billetera y sacaba algunos billetes para pagar la cuenta.
-¿Vendrás mañana?
-No lo sé, probablemente.-Contestó mientras se ponía de pie. Tomó la boleta, guardó el libro y el lápiz en el bolso, se puso el abrigo, revisó que no se le quedara nada, guardó la libreta en el bolsillo y palpó el otro para cerciorarse que las llaves estuviesen allí.
-Cuídate, Ro.
-Nos vemos, Alis. Cuídate.

sábado, 24 de julio de 2010

Caminaron del brazo a la cocina y, mientras ella ponía al fuego aquella tetera que parecía sacada de algún cuento de hadas, él ponía las tazas en la mesa, desenvolvió los pastelillos y los puso en un plato, del refrigerador sacó la mantequilla mientras ella buscaba las cucharillas y los cuchillos, él aprovechó también de rellenarle los pocillos de comida a los gatos, sabía perfectamente que a ella le costaba sacar la comida de la alacena, ya que para que Don Gato y Pelusa no se robaran el alimento lo guardaba muy alto. Todo se realizó como en una perfecta coreografía, ni un movimiento de más, ni un cruzarse en los caminos, sin estorbarse...perfecto. El pitido de la tetera hizo que Vicente se sentase en la mesa y ella le sirvió aquel delicioso te de hoja que siempre preparaba. Sirvió para ella.

-Entonces Vicho, que comiencen las excusas.- Dijo "Señora" sonriendo levemente.
-No hay excusas...no sé, Señora, de un momento a otro sentí que mi vida se iba a la cresta y no me dí cuenta de cuando pasó.-Contestó Vicente.
-¿Sigues con el mismo problema?
-Si...nunca me había pasado. Ok, una vez, si puede ocurrir, pero se ha vuelto, no sé, recurrente. Siempre que estoy con alguien simplemente siento que no tengo ganas de hacerlo, hasta que está mal, me siento...no sé, sucio. Como si simplemente me estuviese poniendo parches. Todo eso me da vueltas en la cabeza y, aunque sea la mujer más bella del mundo, simplemente no...funciona. Es como si se negara a hacer algo que quiero hacer, que me muero de ganas por hacer, pero que, por alguna razón, no debo hacer. Es raro, como le digo, nunca antes me había pasado. Me siento...no sé...vacío.

La "Señora" guardó un respetuoso silenció mientras sorbía su té.

-Bueno, eso y otras cosas que me han pasado.-Terminó Vicente, algo exasperado.
-¿Cómo qué?-Pregunto "Señora" desde el borde de su taza de té.
-Bueno, no fui muy discreto, las cosas se fueron filtrando, hubo algunas peleas por ahí.-Dijo apesadumbrado Vicente.- Ahora todo el hospital habla y se ríe a mis espaldas. En verdad no encuentro descanso en ningún lado. Ni saliendo con mis amigos, ni tomándome algo y la salida que conocía no puedo usarla.-Vicente terminó de hablar, tomó uno de los pastelillos y comenzó a comerlo.
-Entiendo.-Dijo "Señora" mientras tomaba otro de los pastelillos.- ¿Y desde cuando comenzó esto?
-Mmmm...en verdad, no sé...No, espere, fue unos cuantos días después de que conocí a Alicia.-Contestó Vicente con la boca llena.
-¡Traga antes de hablar, Niño por Dios!-Dijo "Señora" mirándolo con cara horrorizada.-¿Qué Alicia?-Preguntó luego de unos momentos, como si hubiese estado pensando en otra cosa y de pronto todo hubiese calzado.
-Ehhh...es raro.-Contestó Vicente, algo ensimismado.- La conocí cuando murió su abuelo. Tuve que darle la noticia a la familia y ella se comportó extraño. O sea, más extraño de lo que se comporta la gente cuando va a buscar a alguien muerto. Me dijo que no les estaba diciendo todo y que nos veríamos de nuevo. Entonces un día apareció de improviso en el estacionamiento y me hizo invitarla un café...- Así fue como Vicente, entre muchos, peros, flashbacks, correcciones y todas las cosas que se hacen cuando se intenta relatar una situación que nos ha pasado o una conversación que se ha tenido, le relató a "Señora" la ida al café, la conversación, la despedida y el sueño. La viejecita ya iba en el tercer té y lo escuchaba atentamente cuando se oyeron los pasos por la escalera.

-¿Martita? Ya nos vamos.- Dijo una voz femenina.
-Bueno, Niña, voy altiro.- Contestó contestó la "Señora" mientras miraba divertida al asombrado Vicente.

Vicente se sirvió otra taza de té, comió otro pastelillo y se quedó esperando mientras tamborileaba los dedos sobre la mesa tocando de forma automática "satisfaction" de los Rollins Stone, así fueron pasando los minutos mientras se oían risas del pasillo y un quedado murmullo. Vicente, cada vez más nervioso e impaciente, comenzó a lanzarle miguitas a los gatos que se arremolinaban a sus pies mientras distraído sorbía la taza... entonces lo entendió, comprendió, después de casi un mes y medio, lo que Alicia quiso decir. Así que a eso era lo que se refería con el "señor Gris". ¿Cómo había podido ser tan idiota? Era obvio. Hasta un niño de cinco años podría haberlo resuelto. Estaba tan concentrado en flagelarse que no notó cuando Marta volvió.

-¿Y Vicho, en donde estábamos?-Preguntó de una forma casi, sólo casi, inocente.
-En que soy un total imbécil, Señora.- Replicó Vicente con una sonrisa.
-En eso estamos de acuerdo...y dime Marta.- Sonrió abiertamente la viejecita.- ¿Qué harás?
-Aún no lo sé, Marta.-Respondió Vicente levantándose.-Pero como primera cosa iré a tomarme un café.

jueves, 22 de julio de 2010

Y así fueron pasando los días, lentamente. Tal como lo había predicho Vicente, su vida se desmoronaba a pedazos, caía en pequeñas piezas que la gente pisoteaba sin compasión alguna: sus compañeros de trabajo, sus compañeras de cama, ya que a Camila la siguió pronto Pía y finalmente María, sus mismos "amigos" que pasaron de ser sus "confidentes" a burlarse abiertamente de él y ni hablar de las conquistas de una noche... Ya no habían ganas de salir, mucho menos de ir de "caza" y el par de veces que lo intentó se encontró con que su cara denotaba ya no aquel frío desinterés, ni aquella aura de suficiencia, sino que más bien un aire de desesperación, unos ojos que deseaban más que nada en el mundo volver a tener sexo desenfrenado, volver a no sentir nada más que aquella paz, aquel nublamiento de la razón que provoca el orgasmo...la pequeña muerte. Pero hasta eso le había sido negado. Él, Vicente, de un día para otro se había quedado...impotente. Si, podía excitarse solo, pero no era lo mismo, es como comparar el mejor café de grano con esas mierdas instantaneas: los dos saben a café, los dos te despiertan, traen cafeína, pero uno es un pobre sucedaneo del otro, así de simple. En verdad no entendía ni el como ni el por qué le había ocurrido esto. Fue de la noche a la mañana, o más bien fue cosa de horas...Alicia, esa muchacha, esa pequeña puta algo le había hecho, algo le había metido en la cabeza que hacía que su pequeño amigo ya no quisiese trabajar, pero siguiendo la voz de la razón (cosa que Vicente no hacía muy a menudo) se encontraba con que en verdad era un pensamiento bastante estúpido. ¿Qué le podría haber hecho esa muchacha? Más aún, que podría haber hecho en menos de una hora. No, cientificamente era algo imposible y él era médico, debía haber alguna respuesta coherente, al parecer la respuesta estaba...no sabía donde estaba, así que, desesperado, acudió al úrologo, obviamente recetó pastillitas azules y hora al psicólogo...No, Vicente no quería eso, quería volver a ser el que había sido y, el usar las pastillitas...bueno, era como masturbarse, tan sólo un sucedaneo de café.

Después de mucho pensarlo se decidió a ir, había faltado a la cita, probablemente lo echaría a patadas, pero en verdad necesitaba desahogarse, sobretodo después de escuchar a la pasada aquellas palabras de aquella con la que había pasado tan bue...húmed...calien...en fin, felices momentos.

-¿En verdad no funcionó?-Preguntó una voz.
-No, Niña, nada, estaba ahí lacio y mustio. Te juro que verlo así daba lástima. Igual se veía tierno.-Contestó Pía.
-¿Y que hiciste?
-Nada, me vestí y me fui. Si entre él y mi marido...buuuu, mejor me compro un consolador, dan menos problemas.- Terminó Pía entre risas.

Salió del hospital, se desvió del camino por lo menos una media hora a pie, tan sólo para ir a comprar aquellos pastelillos que sabía que tanto le gustaban, aprovecho de comprar un gran ramo de rosas en la florería del frente y, con paso mesurado, preparándose para el inminente rechazo, fue a la casa. Tocó el timbre tres veces, impaciente, y, al abrir, tan sólo notó aquel ceño fruncido, la postura rígida y los ojos fríos.

-¿Qué haces acá?
-Lo siento.-Mascullo por lo bajo. -Sé que no tengo perdón de dios.
-Eso depende. ¿Qué traes ahí?
-Pastelitos...
-Pasa, pero con una condición.
-Lo que quiera.-Dijo aún con la vista en el suelo.
-Nunca más me dejes esperando, al final Don Gato y la Pelusa se comieron el pie.- Dijó la "Señora" dándole un abrazo a Vicente, cosa que él, en verdad, no esperaba.

La viejecita tomó las rosas y fue a la cocina, Vicente se quedó en la antesala mirando, como siempre, las fotos de aquel hombre vestido de uniforme con su postura orgullosa, las de los dos hombrecitos y la niña, en distintas situaciones: primera comunión, cumpleaños, recibiendo sus títulos; los diplomas colgados en la pared: mejor compañero, mejor alumno, premio al esfuerzo; las medallas, los recuerdos...Y así, desentonándo completamente, de fondo se oían los gemidos de los clientes de turno confundiéndose con los maullidos de la Pelusa. Una dicotomía...extraña, hasta divertida.

La anciana volvió con las rosas puestas en un florero, lo dejó sobre el arrimo de la entrada y tomándolo del brazo lo hizo avanzar hacia la cocina.

-Vamos, en cualquier momento pueden bajar.

lunes, 19 de julio de 2010

Vicente se despidió de la "Señora", salió de la casa y volvió con paso lento al hospital. Ahora si que no entendía nada, nunca le había pasado algo así. ¿Qué podría ser? Quizás ahora era un vil "cacho de paraguas", pero no lo creía, probablemente la preocupación por la conversación con Alicia, el hecho de que en cualquier momento podría encontrarse con una denuncia por negligencia, el hecho de que no PODÍA confiar en ella porque simplemente no la conocía...bueno, pensándolo bien no confiaba en casi todos sus amigos y a ellos si los conocía... En realidad pensaba que podía descartar el estrés ¿O sería que estaba pensando en ella? Bueno, en realidad si hubiese estado pensando en ella hubiese funcionado. ¡Que le estaba pasando! O quizás era Camila, nunca le había gustado mucho a pesar de esos grandes senos, su forma de besar a veces lo molestaba y su voz...diablos, su voz era simplemente insoportable, hacía pensar que estaba todo el día pensando en conejitos y flores. ¿Sería eso, sería que simplemente ella no le gustaba en absoluto y que sólo se acostaba con ella cuando no estaba ninguna de las otras dos disponible? No, no era eso, una cosa es que le molestasen ciertas cosas de Camila, otra muy distinta era que no lo excitara...

Vicente iba tan ensimismado en sus pensamientos que cuando se dio cuenta se había pasado del hospital por unas tres cuadras, siquiera se fijó al cruzar las calles y, sinceramente, fue un milagro obrado por quizás quien que no lo atropellaran. Miró el reloj y se dio cuenta de que iba tarde por lo menos quince minutos, corrió hasta un negocio, compró el sándwich que había prometido y volvió presuroso al hospital.

Después de marcar la hora de entrada se dirigió a su casillero, se puso su bata, revisó lo celulares y fue a la sala de enfermeras para hablar con Camila. Ella no estaba ahí y le costó unos buenos quince minutos de recorrer el hospital encontrarla.

-Cami...-Dijo Vicente.
-¿Qué quieres?-Respondió Camila bruscamente. Vicente notó sorprendido que tenía los ojos rojos.
-Discúlpame...en verdad no sé lo que me pasó...he andado algo preocupado...
-¡No seas imbecil!-Escupió Camila- ¡Sé lo de las otras! Claro, como no tengo ese culo perfecto de Pía o el pelo teñido de María! -Escupió Camila. Inconcientemente los ojos de Vicente bajaron hacia el escote de la mujer con el argumento a favor. Camila soltó un bufido. -¿Crees que soy estúpida?!
-Cami, no es lo que piensas...
-¡¿Qué no es lo que pienso, entonces qué quieres que piense si me voy a la cama contigo y no se te para!? Claro, ahora viene el no eres tu, soy yo. No, hueón, la cosa es simple, ya no te caliento. Se acabó.
-Pe...pero Cami, si en verdad no sé que me pasó...es la primera vez que me pasa.- Tartamudeó Vicente.
-Si, claro. ¿Y te ha pasado con la culona o con la pelo de zanahoria? Apuesto a que no.-Dijo Camila con los ojos llorosos.
-Mi Cielo...
-¡Respóndeme por la puta!-Exigió Camila en un tono un poco más alto.
-No.-Dijo Vicente dándose por vencido.
- Muy bien, Doctor Arriagada, no tenemos nada más de que hablar.-Dijó Camila amargamente, se dio la vuelta y comenzó a alejarse.

Este es otro de los momentos por los que pasa un hombre. Son los momentos en los que se puede decir algo increíblemente bello, hermoso o hasta incluso seductor lo que hará que la otra persona le perdone, le besé ahí mismo a vista y paciencia hasta del marido, le disculpe todos los agravios y hasta haga que se sienta hasta culpable por lo que ha dicho y/o hecho...o puede decir algo increíblemente estúpido, metafóricamente hablando: sin contentarse con haber pisado mierda, ir y saltar alegremente a la fosa séptica, embadurnarse en caca y hasta abrir la boca mientras se cae.

-Cami...-Dijó Vicente tomándola del hombro.
-¿Qué cresta quieres?
-Te traje tu sánwich.

El sonido de la cachetada resonó por todo el hospital o así lo hubiese hecho si la vida tuviese más sentido dramático. Sin decir nada más Camila se alejó por el pasillo, mientras Vicente, con la cara roja por el golpe, se sobaba lastimosamente.

-Ortiga, mijito, la ortiga siempre funciona.-Se escuchó la voz de una anciana seguida de una gran risotada.

Recién ahí Vicente se dio cuenta de que la última parte de la discusión había sido fuera de la sala de recreo, unos veinte abuelos lo miraban, algunos riendo abiertamente, otros sonriendo, todos comentando lo que había pasado. Un par de señoras de las damas de rojo lo miraban ruborizadas y otra enfermera de más edad llegaba a estar doblada riendo.

Vicente, sin decir nada, completamente rojo de vergüenza y rabia salió del lugar. Definitivamente este era el peor día de su vida. Nada, absolutamente nada podía empeorarlo. Su hombría había recibido una linda patada en los testículos, una de sus compañeras de cama probablemente no le hablaría más, mañana sería el hazmereír de todo el hospital, aún le preocupaba el hecho de que pudiesen denunciarlo por negligencia, no tenía idea de lo que significaba el"señor Gris" y no se podía sacar la idea de la cabeza de que todo esto era culpa de Alicia. En pocas palabras, Vicente veía como todo se desmoronaba y lo peor de todo es que no tenía idea del por qué.

domingo, 18 de julio de 2010

-¿Qué pasa Perrito?- Preguntó Camila.- Andas en otra.
-¿Ah?-Dijo Vicente.
-Que andas en otra.-Repitió Camila mirándolo molesta.- Siquiera me estás escuchando, para eso hubiese venido a comer sola.
-Perdona, es que estaba pensando...
-Si y los hombres no pueden hacer dos cosas a la vez.-Respondió sarcástica.
-Ya, en serio, disculpa, soy todo tuyo.-Dijo Vicente poniendo una mirada pícara.
-Jajaja, ok, ok, podríamos comer rapidito y ver si eso es cierto.
-Ohhh, que tentador.-Dijo Vicente.-¿Y por que mejor no nos saltamos el almuerzo?
-Mmmm, siempre y cuando a la vuelta me compres un sándwich.
-Hecho.

Salieron del hospital, caminaron rápidamente a aquella casa que llevaba aquella viejecita simpatica y que era tan sólo para conocedores. En ningún lugar había señales de que fuese un motel, era una casa como cualquier otra, el precio era algo alto para los estándares normales, pero el hecho de que el lugar era increíblemente discreto, limpio y por sobretodo era selectivo lo valía. El conocerlo se hacía solamente de boca en boca y aún así había que ir a un almuerzo previo para ver si a la Señora (no había apellido, tan solo "Señora") le parecías lo suficientemente decente como para visitar su "nido de amor" como a ella le gustaba llamarle y, la prueba de fuego, si le gustabas a sus gatos. Era un lugar extraño, casi deprimente, extrañamente no tenía ese olor a decadencia que se siente cuando vive una persona anciana sola con cinco gatos, sino que un agradable aroma a lavanda, pero si tenía la colección de fotografías antiguas, las figuritas de porcelana que llenaban cada espacio posible, los cuadros con paisajes típicos, de esos con la casita, el río y las montañas de fondo y mucho, mucho crochet, Vicente mismo tenía un par de manteles que le había regalado la Señora guardados en el closet de su apartamento. Pero valía la pena, no sólo por lo mencionado de la discreción, la limpieza y la selectividad, sino que porque tenía un cierto aire de familiaridad que hacía sentirse a la gente como en casa, aunque probablemente habría poca gente que quisiese tener una casa así. Vicente visitaba a la "Señora" constantemente, no siempre acompañado, sino que para conversar. Así supo que la "Señora" estuvo casada por treinta años, que tiene tres hijos que no la visitan nunca, que tiene una obsesión por el orden y la limpieza (le confesó que cada vez que viene alguien ella se pasaba dos horas limpiando la pieza después de que fuese usada) y que el lugar lo tenía, no para ganar dinero, tenía suficiente con su pensión, sino que porque le encantaba que la visitaran, el ver entrar gente más joven, conversar con ellos, ver el "amor en el aire". Ella sabía que probablemente era muy ilusa y que muchas de las parejas que venían lo hacía por cualquier cosa excepto amor, pero de todas maneras le gustaba.

-¿Cuando me vas a traer a la de verdad, Vicho?- Le preguntó una vez entre un té y galletitas.
-Pero si todas son de verdad, Señora.-Contestó él riendo.
-No seas tonto, sabes de lo que hablo.

Camila y Vicente la saludaron con un beso en la cara, la Señora les preguntó si querían tomar algo, ellos se negaron amablemente y subieron a la pieza. Comenzaron besándose con pasión, la ropa caía por el suelo, sus manos recorrieron sus cuerpos de forma desesperada y, por primera vez en su vida, Vicente no lograba excitarse. Nunca imaginó que le pasaría eso, pero simplemente no tenía ganas. Camila lo intentó en vano por largo rato y finalmente se dio por vencida. Él la abrazó y le dijo que no era su culpa, que en verdad no sabía que diablos le pasaba. Camila, sin decirle nada, entró al baño, se duchó, se seco el pelo mientras Vicente permanecía sentado en la cama y sin dirigirle la palabra salió de la habitación. Vicente, aún confundido, se lavó, se vistió y bajó las escaleras unos diez minutos después.

-¿Qué le hiciste, Vicho?-Preguntó la Señora con el ceño fruncido.
-Nada.-Contestó él.
-¿Y por eso se fue así?
-Si, porque no pude hacer nada.-Respondió Vicente, después de un breve silencio.
-Ahh...entiendo. ¿Por que no me vienes a ver cuando salgas y me cuentas que te pasa?
-Porque en verdad no sé lo que me pasa...
-Ven igual, te voy a hacer un pie de limón y un tecito.
-Bueno, saliendo de la pega me vengo para acá.-Dijo Vicente con una sonrisa desprovista completamente de felicidad,

miércoles, 14 de julio de 2010

Y la mañana fue pasando, entre aspiraciones, exámenes de rutina, dar a un par de viejos de alta y mandar a uno a la morgue, así, rápidamente, llegó la hora de almorzar. Vicente no lo notó, no porque no tuviese hambre, sino porque ahora que no tenía ninguna distracción (la ronda no era distracción para nadie) podía pensar, no con claridad, sino que con tranquilidad. Repasó toda la conversación, desde cuando se encontró con ella por primera vez hasta su despedida en Lastarria, repasó mentalmente cada frase, cada movimiento, hasta repasó lo que recordaba del sueño (cosa que hizo que tuviese que andar encorvado por un rato) hasta que Camila lo sacó de su ensoñación cuando lo fue a buscar para que fuesen a almorzar.

Mujeres...la debilidad de Vicente, no porque fuese un "Don Juan", ni porque tuviese que sacárselas de encima con un palo, sino porque fue algo que Vicente descubrió cuando ya era bastante "adulto". Para comprender esto hay que activar el condensador de flujo, ponerle combustible al Delorean y retroceder unos cuantos años. Si pudiésemos hacerlo sin que Michael J. Fox nos atacara con su patineta voladora, nos encontraríamos con un muchacho tranquilo, quitado de bulla, que va entrando a la facultad de medicina con su mochila en la espalda y un libro de anatomía bajo el brazo. Este Vicente nunca ha tenido sexo, nunca nadie lo ha mirado más que como "mejor amigo", nunca ha dado un beso salvo a su madre, viste con chaleco a rombos, pasa metido en la biblioteca, al llegar a casa entra a internet y es un asiduo visitante a páginas porno que babea imaginando como será tocarle los pechos a una mujer. Es a este Vicente al que le ocurrió lo siguiente.

Fue una tarde en la biblioteca. Tan sólo faltaban dos semanas para comenzar el calvario de fin de semestre y, aunque no le había ido mal, si podría jugarse el pellejo si fallaba en los exámenes, al fin y al cabo tenía un cien por ciento en el crédito y sabía que sus papás no podría pagar el arancel y que tampoco lo podrían mantener mucho tiempo más, así que ademas de estudiar había buscado un trabajillo de medio tiempo por lo que tenía que prepararse con más tiempo que sus compañeros para los exámenes. Fue a la biblioteca, abrió el libro y se puso a repasar.

-Hola.
-¿Ah?-Dijo Vicente levantando la vista, era una de sus compañeras de curso, una de las cuales él usaba en sus fantasías.- Ho...Hola.
-¿Te puedo acompañar?-Preguntó ella mirándolo con cara de cachorrito.
-Ehhh...si, claro.-Contestó él.

Así comenzaron a hablar, a estudiar juntos, bueno, él a estudiar y ella a leer los resúmenes que él le preparaba, a juntarse a comer juntos, a sentarse juntos en clases y todo lo que se supone que hacen los amigos cuando andan juntos en la universidad. Lo cierto es que Vicente comenzó a enamorarse de ella. Lucía se llamaba. Su vida comenzó a girar en torno a ella. Se iban juntos a la casa, hablaban por teléfono, la primera vez que Vicente salió a bailar fue con ella y así un largo etcétera. Lucía no tenía novio, por lo menos no ahora y no eran pocos los que andaban detrás de ella, así que Vicente era mirado con envidia por el resto de sus compañeros, cosa que en verdad le traía sin cuidado ya que nunca había logrado formar lazos con ellos. Sólo Lucía importaba y, una tarde en la que estaban estudiando en su casa, Vicente no aguantó más y le confesó que estaba loca y perdidamente enamorado, se sentó junto a ella, temblando le tomó su mano y le pidió, no, le rogó, que le diera un beso. Ella lo quedo mirando, le llamo tonto y tomándole la cara entre sus manos lo besó. Después de eso, y ya que sus padres no se encontraban en casa, Vicente, a sus veintidós años, supo por primera vez lo que era hacer el amor.

Podríamos mentir y decir que esa relación duró muchos años, que fueron momentos felices y que si terminó fue por un distanciamiento paulatino, un desgaste de lo que se supone que sentían. Que tanto Vicente como Lucía continuaron siendo los mismos amigos inseparables que eran, pero la verdad es que fue una relación de odio-amor, después de eso si no estaban discutiendo, estaban en la cama. Vicente se obsesionó con ella, la llamaba cada cinco minutos, sentía celos de los otros amigos de Lucía a los cuales nunca se había dado el trabajo de conocer y, finalmente hostigada por aquel que decía amarla, ella, luego de tan sólo tres meses de relación, lo dejó.

Vicente se sintió engañado, sintió que había sido utilizado. Pensó que había sido un instrumento para que ella pudiese sacar bien sus ramos, algo que se utiliza y luego simplemente se desecha. Sus notas bajaron y estuvo a punto de reprobar varias asignaturas, para colmo de males, compartía las clases con Lucía, la cual lo ignoraba de una forma que a él le parecía despiadada. De lo que nunca se dio cuenta fue de que Lucía realmente lo quiso, realmente se enamoró de él y que fueron solamente sus actitudes de pendejo lo que terminó rompiéndola, asustándola y finalmente alejándola. Ella veía con tristeza la espiral de decadencia en la que había caído Vicente, pero por miedo no volvió a acercársele. Quizás en algún universo paralelo ella se acercó, conversaron, él cambió y fueron felices, se casaron y tuvieron tres hijos, ella murió de cáncer a los cincuenta y siete años y él la siguió poco después gracias a un ataque al corazón. Sus hijos los lloraron y los enterraron juntos, para que ya jamás se separaran.

En este universo, Vicente se obsesionó aún más por el sexo, pero comprendió que así como se veía no atraía a nadie, así que, luego de entender que no sacaba nada matándose ni dejando la carrera, se metió a un gimnasio y cambió su modo de vestir. Le costó un par de años conseguir un cuerpo, no perfecto, pero atractivo, comenzó a salir, ya no a divertirse ni a bailar, sino de caza y en los últimos años de universidad ya tenía una fama de conquistador que se basaba mucho más en rumores que en certezas, pero que no impidió que su autoestima se viese aumentada unos cientos de veces más y, cuando entró a trabajar en el hospital, no tardó mucho en tener un par de "amigas".

Así es Vicente, después de la relación con Lucía (a la cual aún recuerda) nunca logró formar nada estable, nada que durara más de unas cuantas semanas. Cosa que, aunque a veces lo incomodaba, no tardaba en olvidar en los brazos de algunas de sus enfermeras...como Camila, con la que se dirige al comedor.