sábado, 24 de julio de 2010

Caminaron del brazo a la cocina y, mientras ella ponía al fuego aquella tetera que parecía sacada de algún cuento de hadas, él ponía las tazas en la mesa, desenvolvió los pastelillos y los puso en un plato, del refrigerador sacó la mantequilla mientras ella buscaba las cucharillas y los cuchillos, él aprovechó también de rellenarle los pocillos de comida a los gatos, sabía perfectamente que a ella le costaba sacar la comida de la alacena, ya que para que Don Gato y Pelusa no se robaran el alimento lo guardaba muy alto. Todo se realizó como en una perfecta coreografía, ni un movimiento de más, ni un cruzarse en los caminos, sin estorbarse...perfecto. El pitido de la tetera hizo que Vicente se sentase en la mesa y ella le sirvió aquel delicioso te de hoja que siempre preparaba. Sirvió para ella.

-Entonces Vicho, que comiencen las excusas.- Dijo "Señora" sonriendo levemente.
-No hay excusas...no sé, Señora, de un momento a otro sentí que mi vida se iba a la cresta y no me dí cuenta de cuando pasó.-Contestó Vicente.
-¿Sigues con el mismo problema?
-Si...nunca me había pasado. Ok, una vez, si puede ocurrir, pero se ha vuelto, no sé, recurrente. Siempre que estoy con alguien simplemente siento que no tengo ganas de hacerlo, hasta que está mal, me siento...no sé, sucio. Como si simplemente me estuviese poniendo parches. Todo eso me da vueltas en la cabeza y, aunque sea la mujer más bella del mundo, simplemente no...funciona. Es como si se negara a hacer algo que quiero hacer, que me muero de ganas por hacer, pero que, por alguna razón, no debo hacer. Es raro, como le digo, nunca antes me había pasado. Me siento...no sé...vacío.

La "Señora" guardó un respetuoso silenció mientras sorbía su té.

-Bueno, eso y otras cosas que me han pasado.-Terminó Vicente, algo exasperado.
-¿Cómo qué?-Pregunto "Señora" desde el borde de su taza de té.
-Bueno, no fui muy discreto, las cosas se fueron filtrando, hubo algunas peleas por ahí.-Dijo apesadumbrado Vicente.- Ahora todo el hospital habla y se ríe a mis espaldas. En verdad no encuentro descanso en ningún lado. Ni saliendo con mis amigos, ni tomándome algo y la salida que conocía no puedo usarla.-Vicente terminó de hablar, tomó uno de los pastelillos y comenzó a comerlo.
-Entiendo.-Dijo "Señora" mientras tomaba otro de los pastelillos.- ¿Y desde cuando comenzó esto?
-Mmmm...en verdad, no sé...No, espere, fue unos cuantos días después de que conocí a Alicia.-Contestó Vicente con la boca llena.
-¡Traga antes de hablar, Niño por Dios!-Dijo "Señora" mirándolo con cara horrorizada.-¿Qué Alicia?-Preguntó luego de unos momentos, como si hubiese estado pensando en otra cosa y de pronto todo hubiese calzado.
-Ehhh...es raro.-Contestó Vicente, algo ensimismado.- La conocí cuando murió su abuelo. Tuve que darle la noticia a la familia y ella se comportó extraño. O sea, más extraño de lo que se comporta la gente cuando va a buscar a alguien muerto. Me dijo que no les estaba diciendo todo y que nos veríamos de nuevo. Entonces un día apareció de improviso en el estacionamiento y me hizo invitarla un café...- Así fue como Vicente, entre muchos, peros, flashbacks, correcciones y todas las cosas que se hacen cuando se intenta relatar una situación que nos ha pasado o una conversación que se ha tenido, le relató a "Señora" la ida al café, la conversación, la despedida y el sueño. La viejecita ya iba en el tercer té y lo escuchaba atentamente cuando se oyeron los pasos por la escalera.

-¿Martita? Ya nos vamos.- Dijo una voz femenina.
-Bueno, Niña, voy altiro.- Contestó contestó la "Señora" mientras miraba divertida al asombrado Vicente.

Vicente se sirvió otra taza de té, comió otro pastelillo y se quedó esperando mientras tamborileaba los dedos sobre la mesa tocando de forma automática "satisfaction" de los Rollins Stone, así fueron pasando los minutos mientras se oían risas del pasillo y un quedado murmullo. Vicente, cada vez más nervioso e impaciente, comenzó a lanzarle miguitas a los gatos que se arremolinaban a sus pies mientras distraído sorbía la taza... entonces lo entendió, comprendió, después de casi un mes y medio, lo que Alicia quiso decir. Así que a eso era lo que se refería con el "señor Gris". ¿Cómo había podido ser tan idiota? Era obvio. Hasta un niño de cinco años podría haberlo resuelto. Estaba tan concentrado en flagelarse que no notó cuando Marta volvió.

-¿Y Vicho, en donde estábamos?-Preguntó de una forma casi, sólo casi, inocente.
-En que soy un total imbécil, Señora.- Replicó Vicente con una sonrisa.
-En eso estamos de acuerdo...y dime Marta.- Sonrió abiertamente la viejecita.- ¿Qué harás?
-Aún no lo sé, Marta.-Respondió Vicente levantándose.-Pero como primera cosa iré a tomarme un café.

jueves, 22 de julio de 2010

Y así fueron pasando los días, lentamente. Tal como lo había predicho Vicente, su vida se desmoronaba a pedazos, caía en pequeñas piezas que la gente pisoteaba sin compasión alguna: sus compañeros de trabajo, sus compañeras de cama, ya que a Camila la siguió pronto Pía y finalmente María, sus mismos "amigos" que pasaron de ser sus "confidentes" a burlarse abiertamente de él y ni hablar de las conquistas de una noche... Ya no habían ganas de salir, mucho menos de ir de "caza" y el par de veces que lo intentó se encontró con que su cara denotaba ya no aquel frío desinterés, ni aquella aura de suficiencia, sino que más bien un aire de desesperación, unos ojos que deseaban más que nada en el mundo volver a tener sexo desenfrenado, volver a no sentir nada más que aquella paz, aquel nublamiento de la razón que provoca el orgasmo...la pequeña muerte. Pero hasta eso le había sido negado. Él, Vicente, de un día para otro se había quedado...impotente. Si, podía excitarse solo, pero no era lo mismo, es como comparar el mejor café de grano con esas mierdas instantaneas: los dos saben a café, los dos te despiertan, traen cafeína, pero uno es un pobre sucedaneo del otro, así de simple. En verdad no entendía ni el como ni el por qué le había ocurrido esto. Fue de la noche a la mañana, o más bien fue cosa de horas...Alicia, esa muchacha, esa pequeña puta algo le había hecho, algo le había metido en la cabeza que hacía que su pequeño amigo ya no quisiese trabajar, pero siguiendo la voz de la razón (cosa que Vicente no hacía muy a menudo) se encontraba con que en verdad era un pensamiento bastante estúpido. ¿Qué le podría haber hecho esa muchacha? Más aún, que podría haber hecho en menos de una hora. No, cientificamente era algo imposible y él era médico, debía haber alguna respuesta coherente, al parecer la respuesta estaba...no sabía donde estaba, así que, desesperado, acudió al úrologo, obviamente recetó pastillitas azules y hora al psicólogo...No, Vicente no quería eso, quería volver a ser el que había sido y, el usar las pastillitas...bueno, era como masturbarse, tan sólo un sucedaneo de café.

Después de mucho pensarlo se decidió a ir, había faltado a la cita, probablemente lo echaría a patadas, pero en verdad necesitaba desahogarse, sobretodo después de escuchar a la pasada aquellas palabras de aquella con la que había pasado tan bue...húmed...calien...en fin, felices momentos.

-¿En verdad no funcionó?-Preguntó una voz.
-No, Niña, nada, estaba ahí lacio y mustio. Te juro que verlo así daba lástima. Igual se veía tierno.-Contestó Pía.
-¿Y que hiciste?
-Nada, me vestí y me fui. Si entre él y mi marido...buuuu, mejor me compro un consolador, dan menos problemas.- Terminó Pía entre risas.

Salió del hospital, se desvió del camino por lo menos una media hora a pie, tan sólo para ir a comprar aquellos pastelillos que sabía que tanto le gustaban, aprovecho de comprar un gran ramo de rosas en la florería del frente y, con paso mesurado, preparándose para el inminente rechazo, fue a la casa. Tocó el timbre tres veces, impaciente, y, al abrir, tan sólo notó aquel ceño fruncido, la postura rígida y los ojos fríos.

-¿Qué haces acá?
-Lo siento.-Mascullo por lo bajo. -Sé que no tengo perdón de dios.
-Eso depende. ¿Qué traes ahí?
-Pastelitos...
-Pasa, pero con una condición.
-Lo que quiera.-Dijo aún con la vista en el suelo.
-Nunca más me dejes esperando, al final Don Gato y la Pelusa se comieron el pie.- Dijó la "Señora" dándole un abrazo a Vicente, cosa que él, en verdad, no esperaba.

La viejecita tomó las rosas y fue a la cocina, Vicente se quedó en la antesala mirando, como siempre, las fotos de aquel hombre vestido de uniforme con su postura orgullosa, las de los dos hombrecitos y la niña, en distintas situaciones: primera comunión, cumpleaños, recibiendo sus títulos; los diplomas colgados en la pared: mejor compañero, mejor alumno, premio al esfuerzo; las medallas, los recuerdos...Y así, desentonándo completamente, de fondo se oían los gemidos de los clientes de turno confundiéndose con los maullidos de la Pelusa. Una dicotomía...extraña, hasta divertida.

La anciana volvió con las rosas puestas en un florero, lo dejó sobre el arrimo de la entrada y tomándolo del brazo lo hizo avanzar hacia la cocina.

-Vamos, en cualquier momento pueden bajar.

lunes, 19 de julio de 2010

Vicente se despidió de la "Señora", salió de la casa y volvió con paso lento al hospital. Ahora si que no entendía nada, nunca le había pasado algo así. ¿Qué podría ser? Quizás ahora era un vil "cacho de paraguas", pero no lo creía, probablemente la preocupación por la conversación con Alicia, el hecho de que en cualquier momento podría encontrarse con una denuncia por negligencia, el hecho de que no PODÍA confiar en ella porque simplemente no la conocía...bueno, pensándolo bien no confiaba en casi todos sus amigos y a ellos si los conocía... En realidad pensaba que podía descartar el estrés ¿O sería que estaba pensando en ella? Bueno, en realidad si hubiese estado pensando en ella hubiese funcionado. ¡Que le estaba pasando! O quizás era Camila, nunca le había gustado mucho a pesar de esos grandes senos, su forma de besar a veces lo molestaba y su voz...diablos, su voz era simplemente insoportable, hacía pensar que estaba todo el día pensando en conejitos y flores. ¿Sería eso, sería que simplemente ella no le gustaba en absoluto y que sólo se acostaba con ella cuando no estaba ninguna de las otras dos disponible? No, no era eso, una cosa es que le molestasen ciertas cosas de Camila, otra muy distinta era que no lo excitara...

Vicente iba tan ensimismado en sus pensamientos que cuando se dio cuenta se había pasado del hospital por unas tres cuadras, siquiera se fijó al cruzar las calles y, sinceramente, fue un milagro obrado por quizás quien que no lo atropellaran. Miró el reloj y se dio cuenta de que iba tarde por lo menos quince minutos, corrió hasta un negocio, compró el sándwich que había prometido y volvió presuroso al hospital.

Después de marcar la hora de entrada se dirigió a su casillero, se puso su bata, revisó lo celulares y fue a la sala de enfermeras para hablar con Camila. Ella no estaba ahí y le costó unos buenos quince minutos de recorrer el hospital encontrarla.

-Cami...-Dijo Vicente.
-¿Qué quieres?-Respondió Camila bruscamente. Vicente notó sorprendido que tenía los ojos rojos.
-Discúlpame...en verdad no sé lo que me pasó...he andado algo preocupado...
-¡No seas imbecil!-Escupió Camila- ¡Sé lo de las otras! Claro, como no tengo ese culo perfecto de Pía o el pelo teñido de María! -Escupió Camila. Inconcientemente los ojos de Vicente bajaron hacia el escote de la mujer con el argumento a favor. Camila soltó un bufido. -¿Crees que soy estúpida?!
-Cami, no es lo que piensas...
-¡¿Qué no es lo que pienso, entonces qué quieres que piense si me voy a la cama contigo y no se te para!? Claro, ahora viene el no eres tu, soy yo. No, hueón, la cosa es simple, ya no te caliento. Se acabó.
-Pe...pero Cami, si en verdad no sé que me pasó...es la primera vez que me pasa.- Tartamudeó Vicente.
-Si, claro. ¿Y te ha pasado con la culona o con la pelo de zanahoria? Apuesto a que no.-Dijo Camila con los ojos llorosos.
-Mi Cielo...
-¡Respóndeme por la puta!-Exigió Camila en un tono un poco más alto.
-No.-Dijo Vicente dándose por vencido.
- Muy bien, Doctor Arriagada, no tenemos nada más de que hablar.-Dijó Camila amargamente, se dio la vuelta y comenzó a alejarse.

Este es otro de los momentos por los que pasa un hombre. Son los momentos en los que se puede decir algo increíblemente bello, hermoso o hasta incluso seductor lo que hará que la otra persona le perdone, le besé ahí mismo a vista y paciencia hasta del marido, le disculpe todos los agravios y hasta haga que se sienta hasta culpable por lo que ha dicho y/o hecho...o puede decir algo increíblemente estúpido, metafóricamente hablando: sin contentarse con haber pisado mierda, ir y saltar alegremente a la fosa séptica, embadurnarse en caca y hasta abrir la boca mientras se cae.

-Cami...-Dijó Vicente tomándola del hombro.
-¿Qué cresta quieres?
-Te traje tu sánwich.

El sonido de la cachetada resonó por todo el hospital o así lo hubiese hecho si la vida tuviese más sentido dramático. Sin decir nada más Camila se alejó por el pasillo, mientras Vicente, con la cara roja por el golpe, se sobaba lastimosamente.

-Ortiga, mijito, la ortiga siempre funciona.-Se escuchó la voz de una anciana seguida de una gran risotada.

Recién ahí Vicente se dio cuenta de que la última parte de la discusión había sido fuera de la sala de recreo, unos veinte abuelos lo miraban, algunos riendo abiertamente, otros sonriendo, todos comentando lo que había pasado. Un par de señoras de las damas de rojo lo miraban ruborizadas y otra enfermera de más edad llegaba a estar doblada riendo.

Vicente, sin decir nada, completamente rojo de vergüenza y rabia salió del lugar. Definitivamente este era el peor día de su vida. Nada, absolutamente nada podía empeorarlo. Su hombría había recibido una linda patada en los testículos, una de sus compañeras de cama probablemente no le hablaría más, mañana sería el hazmereír de todo el hospital, aún le preocupaba el hecho de que pudiesen denunciarlo por negligencia, no tenía idea de lo que significaba el"señor Gris" y no se podía sacar la idea de la cabeza de que todo esto era culpa de Alicia. En pocas palabras, Vicente veía como todo se desmoronaba y lo peor de todo es que no tenía idea del por qué.

domingo, 18 de julio de 2010

-¿Qué pasa Perrito?- Preguntó Camila.- Andas en otra.
-¿Ah?-Dijo Vicente.
-Que andas en otra.-Repitió Camila mirándolo molesta.- Siquiera me estás escuchando, para eso hubiese venido a comer sola.
-Perdona, es que estaba pensando...
-Si y los hombres no pueden hacer dos cosas a la vez.-Respondió sarcástica.
-Ya, en serio, disculpa, soy todo tuyo.-Dijo Vicente poniendo una mirada pícara.
-Jajaja, ok, ok, podríamos comer rapidito y ver si eso es cierto.
-Ohhh, que tentador.-Dijo Vicente.-¿Y por que mejor no nos saltamos el almuerzo?
-Mmmm, siempre y cuando a la vuelta me compres un sándwich.
-Hecho.

Salieron del hospital, caminaron rápidamente a aquella casa que llevaba aquella viejecita simpatica y que era tan sólo para conocedores. En ningún lugar había señales de que fuese un motel, era una casa como cualquier otra, el precio era algo alto para los estándares normales, pero el hecho de que el lugar era increíblemente discreto, limpio y por sobretodo era selectivo lo valía. El conocerlo se hacía solamente de boca en boca y aún así había que ir a un almuerzo previo para ver si a la Señora (no había apellido, tan solo "Señora") le parecías lo suficientemente decente como para visitar su "nido de amor" como a ella le gustaba llamarle y, la prueba de fuego, si le gustabas a sus gatos. Era un lugar extraño, casi deprimente, extrañamente no tenía ese olor a decadencia que se siente cuando vive una persona anciana sola con cinco gatos, sino que un agradable aroma a lavanda, pero si tenía la colección de fotografías antiguas, las figuritas de porcelana que llenaban cada espacio posible, los cuadros con paisajes típicos, de esos con la casita, el río y las montañas de fondo y mucho, mucho crochet, Vicente mismo tenía un par de manteles que le había regalado la Señora guardados en el closet de su apartamento. Pero valía la pena, no sólo por lo mencionado de la discreción, la limpieza y la selectividad, sino que porque tenía un cierto aire de familiaridad que hacía sentirse a la gente como en casa, aunque probablemente habría poca gente que quisiese tener una casa así. Vicente visitaba a la "Señora" constantemente, no siempre acompañado, sino que para conversar. Así supo que la "Señora" estuvo casada por treinta años, que tiene tres hijos que no la visitan nunca, que tiene una obsesión por el orden y la limpieza (le confesó que cada vez que viene alguien ella se pasaba dos horas limpiando la pieza después de que fuese usada) y que el lugar lo tenía, no para ganar dinero, tenía suficiente con su pensión, sino que porque le encantaba que la visitaran, el ver entrar gente más joven, conversar con ellos, ver el "amor en el aire". Ella sabía que probablemente era muy ilusa y que muchas de las parejas que venían lo hacía por cualquier cosa excepto amor, pero de todas maneras le gustaba.

-¿Cuando me vas a traer a la de verdad, Vicho?- Le preguntó una vez entre un té y galletitas.
-Pero si todas son de verdad, Señora.-Contestó él riendo.
-No seas tonto, sabes de lo que hablo.

Camila y Vicente la saludaron con un beso en la cara, la Señora les preguntó si querían tomar algo, ellos se negaron amablemente y subieron a la pieza. Comenzaron besándose con pasión, la ropa caía por el suelo, sus manos recorrieron sus cuerpos de forma desesperada y, por primera vez en su vida, Vicente no lograba excitarse. Nunca imaginó que le pasaría eso, pero simplemente no tenía ganas. Camila lo intentó en vano por largo rato y finalmente se dio por vencida. Él la abrazó y le dijo que no era su culpa, que en verdad no sabía que diablos le pasaba. Camila, sin decirle nada, entró al baño, se duchó, se seco el pelo mientras Vicente permanecía sentado en la cama y sin dirigirle la palabra salió de la habitación. Vicente, aún confundido, se lavó, se vistió y bajó las escaleras unos diez minutos después.

-¿Qué le hiciste, Vicho?-Preguntó la Señora con el ceño fruncido.
-Nada.-Contestó él.
-¿Y por eso se fue así?
-Si, porque no pude hacer nada.-Respondió Vicente, después de un breve silencio.
-Ahh...entiendo. ¿Por que no me vienes a ver cuando salgas y me cuentas que te pasa?
-Porque en verdad no sé lo que me pasa...
-Ven igual, te voy a hacer un pie de limón y un tecito.
-Bueno, saliendo de la pega me vengo para acá.-Dijo Vicente con una sonrisa desprovista completamente de felicidad,

miércoles, 14 de julio de 2010

Y la mañana fue pasando, entre aspiraciones, exámenes de rutina, dar a un par de viejos de alta y mandar a uno a la morgue, así, rápidamente, llegó la hora de almorzar. Vicente no lo notó, no porque no tuviese hambre, sino porque ahora que no tenía ninguna distracción (la ronda no era distracción para nadie) podía pensar, no con claridad, sino que con tranquilidad. Repasó toda la conversación, desde cuando se encontró con ella por primera vez hasta su despedida en Lastarria, repasó mentalmente cada frase, cada movimiento, hasta repasó lo que recordaba del sueño (cosa que hizo que tuviese que andar encorvado por un rato) hasta que Camila lo sacó de su ensoñación cuando lo fue a buscar para que fuesen a almorzar.

Mujeres...la debilidad de Vicente, no porque fuese un "Don Juan", ni porque tuviese que sacárselas de encima con un palo, sino porque fue algo que Vicente descubrió cuando ya era bastante "adulto". Para comprender esto hay que activar el condensador de flujo, ponerle combustible al Delorean y retroceder unos cuantos años. Si pudiésemos hacerlo sin que Michael J. Fox nos atacara con su patineta voladora, nos encontraríamos con un muchacho tranquilo, quitado de bulla, que va entrando a la facultad de medicina con su mochila en la espalda y un libro de anatomía bajo el brazo. Este Vicente nunca ha tenido sexo, nunca nadie lo ha mirado más que como "mejor amigo", nunca ha dado un beso salvo a su madre, viste con chaleco a rombos, pasa metido en la biblioteca, al llegar a casa entra a internet y es un asiduo visitante a páginas porno que babea imaginando como será tocarle los pechos a una mujer. Es a este Vicente al que le ocurrió lo siguiente.

Fue una tarde en la biblioteca. Tan sólo faltaban dos semanas para comenzar el calvario de fin de semestre y, aunque no le había ido mal, si podría jugarse el pellejo si fallaba en los exámenes, al fin y al cabo tenía un cien por ciento en el crédito y sabía que sus papás no podría pagar el arancel y que tampoco lo podrían mantener mucho tiempo más, así que ademas de estudiar había buscado un trabajillo de medio tiempo por lo que tenía que prepararse con más tiempo que sus compañeros para los exámenes. Fue a la biblioteca, abrió el libro y se puso a repasar.

-Hola.
-¿Ah?-Dijo Vicente levantando la vista, era una de sus compañeras de curso, una de las cuales él usaba en sus fantasías.- Ho...Hola.
-¿Te puedo acompañar?-Preguntó ella mirándolo con cara de cachorrito.
-Ehhh...si, claro.-Contestó él.

Así comenzaron a hablar, a estudiar juntos, bueno, él a estudiar y ella a leer los resúmenes que él le preparaba, a juntarse a comer juntos, a sentarse juntos en clases y todo lo que se supone que hacen los amigos cuando andan juntos en la universidad. Lo cierto es que Vicente comenzó a enamorarse de ella. Lucía se llamaba. Su vida comenzó a girar en torno a ella. Se iban juntos a la casa, hablaban por teléfono, la primera vez que Vicente salió a bailar fue con ella y así un largo etcétera. Lucía no tenía novio, por lo menos no ahora y no eran pocos los que andaban detrás de ella, así que Vicente era mirado con envidia por el resto de sus compañeros, cosa que en verdad le traía sin cuidado ya que nunca había logrado formar lazos con ellos. Sólo Lucía importaba y, una tarde en la que estaban estudiando en su casa, Vicente no aguantó más y le confesó que estaba loca y perdidamente enamorado, se sentó junto a ella, temblando le tomó su mano y le pidió, no, le rogó, que le diera un beso. Ella lo quedo mirando, le llamo tonto y tomándole la cara entre sus manos lo besó. Después de eso, y ya que sus padres no se encontraban en casa, Vicente, a sus veintidós años, supo por primera vez lo que era hacer el amor.

Podríamos mentir y decir que esa relación duró muchos años, que fueron momentos felices y que si terminó fue por un distanciamiento paulatino, un desgaste de lo que se supone que sentían. Que tanto Vicente como Lucía continuaron siendo los mismos amigos inseparables que eran, pero la verdad es que fue una relación de odio-amor, después de eso si no estaban discutiendo, estaban en la cama. Vicente se obsesionó con ella, la llamaba cada cinco minutos, sentía celos de los otros amigos de Lucía a los cuales nunca se había dado el trabajo de conocer y, finalmente hostigada por aquel que decía amarla, ella, luego de tan sólo tres meses de relación, lo dejó.

Vicente se sintió engañado, sintió que había sido utilizado. Pensó que había sido un instrumento para que ella pudiese sacar bien sus ramos, algo que se utiliza y luego simplemente se desecha. Sus notas bajaron y estuvo a punto de reprobar varias asignaturas, para colmo de males, compartía las clases con Lucía, la cual lo ignoraba de una forma que a él le parecía despiadada. De lo que nunca se dio cuenta fue de que Lucía realmente lo quiso, realmente se enamoró de él y que fueron solamente sus actitudes de pendejo lo que terminó rompiéndola, asustándola y finalmente alejándola. Ella veía con tristeza la espiral de decadencia en la que había caído Vicente, pero por miedo no volvió a acercársele. Quizás en algún universo paralelo ella se acercó, conversaron, él cambió y fueron felices, se casaron y tuvieron tres hijos, ella murió de cáncer a los cincuenta y siete años y él la siguió poco después gracias a un ataque al corazón. Sus hijos los lloraron y los enterraron juntos, para que ya jamás se separaran.

En este universo, Vicente se obsesionó aún más por el sexo, pero comprendió que así como se veía no atraía a nadie, así que, luego de entender que no sacaba nada matándose ni dejando la carrera, se metió a un gimnasio y cambió su modo de vestir. Le costó un par de años conseguir un cuerpo, no perfecto, pero atractivo, comenzó a salir, ya no a divertirse ni a bailar, sino de caza y en los últimos años de universidad ya tenía una fama de conquistador que se basaba mucho más en rumores que en certezas, pero que no impidió que su autoestima se viese aumentada unos cientos de veces más y, cuando entró a trabajar en el hospital, no tardó mucho en tener un par de "amigas".

Así es Vicente, después de la relación con Lucía (a la cual aún recuerda) nunca logró formar nada estable, nada que durara más de unas cuantas semanas. Cosa que, aunque a veces lo incomodaba, no tardaba en olvidar en los brazos de algunas de sus enfermeras...como Camila, con la que se dirige al comedor.

martes, 13 de julio de 2010

Larghissimo

Vicente se sacó el abrigo, subió a su auto, prendió la radio y se encaminó a su departamento. Podríamos decir que pensó mucho sobre lo que había pasado durante aquella última hora, que su cabeza intentaba recordar cada palabra, cada momento, que su memoria era tan perfecta como para recordar cada movimiento y hasta cada canción que sonó en el lugar, pero la verdad es que durante un camino de quince minutos mientras intentas que el bus del transantiago no te choque, evitar al peatón que en un acto de magnífico desprecio por su vida cruza a media cuadra la Alameda, cerrarle el paso al taxista por frenar de repente y todas esas cosas maravillosas que hacen los conductores en todas las urbes del multiverso, no queda mucho tiempo para rememorar.

Estacionó su auto, saludó al conserje, entró en el departamento, dejó las llaves colgadas, tiró el abrigo sobre el sofá, tomo una cerveza del refrigerador, revisó el celular, el otro celular y el otro celular, omitió todas las llamadas perdidas de Pía, de Camila y contestó el mensaje de Fernando diciéndole diciéndole que no sabía si salir esta noche, que estaba cansado, llamó a donde los chinos pidiendo un menú número tres, prendió la televisión, hizo zapping unos momentos hasta que encontró algo que trataba de autos, mujeres y machos recios que luchan por las dos anteriores, se paró a contestar el citófono, sacó la billetera y le pago al muchacho que traía la comida, vio un rato la película mientras comía, apagó el televisor sin terminar de verla y fue hacia el computador, abrió messenger y mientras le contestaba al par de "personas" que le hablaban y abría su correo electrónico pensó en Alicia. ¿Qué habrá querido decir con eso de señor gris? En verdad no lo comprendía. Conversó banalidades por algo así como una hora, apagó el computador, prendió la consola y se puso a matar nazis zombies por algo así como una hora, entonces fue al refrigerador, sacó otra cerveza, puso la alarma y se fue a dormir.

"Señor Gris, señor Gris"...Alicia le decía. "Te demandaré señor Gris." Entonces la veía irse y perderse entre las miles de mujeres con la cara de Pía, entraba al café y el abuelo de Alicia lo atendía, le traía un mocaccino y una medialuna en una bandeja como las del comedor del hospital, miraba alrededor y la música cambiaba: Doctor Arriagada, se le requiere en urgencias, Doctor Arriagada, se le requiere en urgencias y él corrió por el pasillo para entrar a su departamento donde estaba la señora García."Gracias por todo, Doctor, como premio mi sobrina lo espera en su pieza." Vicente entro en la pieza y vio a Pía con ese vestido negro que tanto le gusta. "¿Así que te gusta Camila y Paola? ¡Quédate con ellas!" Y salía de la habitación. Iba al baño y ahí estaba Alicia, desnuda metida en la tina. "¿Es esto lo que quieres, señor Gris, quiere hacerme el amor? Ahhh, no, sólo quiere sexo" Se asustó, entonces salió del baño y estaba de nuevo en el café. "Son dos mil quinientos, Doctor." Le decía el abuelo de Alicia. Pagó, salió, fue hacia su auto y ahí estaba Alicia, desnuda nuevamente. "Ponte algo encima, te vas a resfriar." Le dijo. "¿Para qué? si quieres verme así." Entonces él la tomaba en sus brazos y comenzaba a besar sus labios, su cuello y...BIP,BIP,BIP, BIP,BIP...BIP, BIP, BIP, BIP, BIP.

Vicente despertó maldiciendo al despertador, parte del sueño se perdió entre las nubes, como todos los sueños y, con un sabor amargo en la boca, abrió la cortina: decidió ponerse el beatle negro, los pantalones color caqui y algo más para abrigarse. Sacó la ropa de los cajones y se metió a la ducha, dejó correr algo el agua fría para quitarse la calentura que le provocó el sueño, se secó y vistió, preparó café y tostadas, hizo los doscientos abdominales, comió una manzana, hizo nota mental de que tan sólo le quedaban para un par de días más así que tendría que pasar a la vuelta por el supermercado. Prendió la televisión para tener algo de ruido de fondo, se quedó viendo unos minutos las cosas que pasaban en farandulandia. Estiró la cama, miró la hora y tomó las llaves del departamento, las del auto, el celular, el otro celular y el otro celular, notó que Pía le había mandado un mensaje picante como a las cuatro de la mañana, sonriendo apagó el televisor, revisó la agenda y vio que la reunión con los ex-compañeros de la universidad era el viernes. Bajó por las escaleras, saludó al conserje, entro al auto, paró en el kiosko de siempre a comprar el diario, le gritó unas cuantas cosas a la vieja que doblo en segunda fila y estacionó en el hospital. Al entrar saludó a Camila y se pusieron de acuerdo para ir a almorzar juntos (Pía entraba hoy más tarde), preguntó por las novedades y se enteró que la vieja del ciento ocho había pasado a mejor vida, habían llegado dos más, uno con insuficiencia cardíaca y el otro con neumonía (era típico en este tiempo en todo caso), así que pasó a tomarse un "café" mientras leía el diario y, como a los quince minutos después puso manos a la obra: comenzó a hacer la ronda.

Mientras caminaba por los pasillos saludando a medio mundo, revisando los expedientes, revisando a los vejetes, volvía a su mente una y otra vez la conversación del día de ayer: ¿En verdad podía confiar en que la familia de Alicia no lo acusase de negligencia? ¿Podía confiar en ella? y, principalmente ¿A que diablos se refería ella con Señor Gris?

lunes, 12 de julio de 2010

Vicente pagó al mesero, Alicia quiso impedírselo, pero él se negó diciendo que ella le había pedido que la invitara. Se pusieron de pie, ella se despidió del llamado "Ro" con un beso en la cara y salieron. Fue una ¿cita? corta, no duró más allá de media hora, pero a Vicente le pareció toda una vida, había hecho algo que no hacía ni con sus mejores amig...bueno, con sus compañeros de salida, había contado algo que podría echar abajo toda su vida, se había puesto en evidencia y con la peor persona que hubiese podido elegir: un pariente cercano de la víctima. En general las personas aceptaban sin reparos lo que él decía, mal que mal era él el que había pasado todos esos años metidos en la universidad para sacar el cartón de médico así que eran las palabras de alguien, aunque no renombrado, si con más conocimiento que el que tenía la mayoría de los mortales. Lógicamente había veces en las que llegaba un vejete con un hijo médico o enfermero o...bueno, cualquier cosa relacionada con la salud, pero esas ocasiones eran bastante raras y en el hospital se tenía especial cuidado con esas personas. Hasta ahora. Ahora no era tan sólo él el que se encontraba en peligro (aunque sin lugar a dudas era lo que más le preocupaba) sino que también había puesto en riesgo el puesto de un par de compañeras. Todo por los ojos de esa muchacha. ¿Cómo lo había hecho? De un momento a otro, cuando ella le dijo esa simple palabra, ese simple "todo" sintió que en verdad podía confiar en ella, que era su deber decírselo, que no perdía nada al contarle lo que en verdad había pasado, así que lo había hecho. Y ahora, después de cometer tamaña barbaridad, se encontraba completamente desprotegido frente a ella. ¿Qué haría aquella muchacha con la información? ¿En verdad podía confiar en que guardaría silencio?

Caminaron por Lastarria hasta llegar donde Vicente había dejado estacionado el auto.

-Gracias por el café.-Dijo Alicia.
-No te preocupes, no es nada.
-Bueno, yo me voy.
-¿No quieres que te vaya a dejar?-Preguntó Vicente sorprendido, hasta aterrorizado.
-No, no vivo lejos de acá. Además la noche está muy linda.
-Y helada...
-Si.- Rió Alicia.-Pero el frío no me molesta. Además no se puede andar en auto por el parque.
-Si quieres te acompaño...-Comenzó a decir Vicente.
-No, gracias, señor Arriagada. Hay muchas cosas en las que tengo que pensar.- Le dijo Alicia con cara seria mirándolo a los ojos.

Vicente sintió como se le erizaron los vellos del cuerpo. El aire se sintió más frío. El ruido de fondo se apagó. El pánico comenzó a carcomerle las entrañas. La miró desesperado y vio que ella estaba sonriendo.

-No te preocupes, Vicente, es tan sólo que quiero estar sola.-Le dijo con una mirada entre compasiva y divertida.-No voy a delatarte.
-Gracias...-Dijo Vicente tras un breve silencio, preguntándose como demonios ella podía hacer eso.
-No me las des, podría hacerlo y lo tendrías merecido.-Contestó Alicia con la voz dura de siempre.
-Lo sé...
-Cuídate, señor Gris.-Le dijo mientras depositaba los labios en su mejilla.

Vicente se quedó mirando como se alejaba. Su paso relajado, su aire de seguridad. Sin darse cuenta se tocó la mejilla donde ella le había dado el beso y, mientras la veía desaparecer entre la gente, se preguntó a que se habría referido ella al decirle señor gris.

domingo, 11 de julio de 2010

El mesero ubicó las tazas y los dos platos con las medialunas en la pequeña mesa

-Si necesitan algo más me avisan.-Dijo con tono de camaradería.
-Ok, Ro, cualquier cosa te digo.-Respondió Alicia guiñándole el ojo.

Este gesto, este sencillo gesto, logró que Vicente se sintiese descorazonado, estaba en un lugar desconocido, frente a una atractiva muchacha a la cual, cosa que no le pasaba desde los primeros años de universidad, no sabía como tratar, además la chica era conocida en el lugar. En pocas palabras Vicente se encontraba en un lugar desventajoso, en una situación incómoda y completamente a merced de los caprichos de Alicia que a veces lo miraba con curiosidad, a veces con franco desprecio y a veces con una mirada extraña, que, a pesar de toda su experiencia (que no es poca, pero tampoco como para imitar a Don Juan de Marco) no lograba identificar. Alicia lo desconcertaba, lo asustaba y, aunque él nunca lo hubiese admitido, lo intrigaba.

Vicente probó la medialuna que en verdad estaba muy buena, quizás la mejor que había probado en mucho tiempo, no había notado que tenía tanta hambre y, en un movimiento guiado por la costumbre, miró su reloj.

-¿Estás apurado?-Preguntó Alicia mirándolo desde el borde de la taza.
-¿Ah? No, para nada.
-Es que como estás mirando la hora.
-No, es que...Dime Alicia. ¿Por qué me trajiste?-Preguntó Vicente, levantando la taza y probando el mocaccino. Quedó mirando la taza sorprendido, en verdad era el mejor café que había tomado en años.-Si querías solamente preguntarme sobre la muerte de tu abuelo podrías haberlo hecho en el hospital.
-¿Y me hubieses contestado?
-Claro.-Mintió Vicente descaradamente.
-No me mientas, el silencio puede servirte igual y es menos descortés.-Contestó Alicia mirándolo con despreciativamente.
-Si, tienes razón.- Dijo Vicente después de un largo silencio.-Probablemente no te hubiese respondido.
-¿Por qué?
-Porque no hay mucho que decir. Mira, es un hospital geriátrico, la gente muere todos los días, si tuviésemos que dar explicaciones por cada abuelo que muere, por cada mamá, por cada papá, entonces no tendríamos tiempo para atender a los pacientes. La gente no comprende que la gente se tiene que morir algún día, nosotros hacemos lo que podemos para que tengan una muerte tranquila o bien para alargar su vida lo más posible.
-¿En serio?-preguntó Alicia.-¿O sea que para ti no es solamente un trabajo, no lo haces sólo por la plata que te pagan, es por vocación?
-Vamos, Alicia, la vocación no existe, obviamente es por la plata. Pero si además puedo ayudar en algo...
-Por lo menos eres un poco sincero. La mayoría seguiría con el cuento de que es por vocación. -Dijo Alicia, mirándolo esta vez con curiosidad.
-Bueno, algo de sinceridad no viene mal a veces.
-No, para nada...¿Dime de que murió mi Tata?

Vicente la quedó mirando sorprendido. El gusanito de la ira comenzó a moverse por su interior.

-Ya te dije, de un paro respiratorio.-Contestó enojado.
-Si, lo sé.
-¿Qué quieres saber, entonces?
-Todo.-Dijo Alicia mientras sus ojos taladraban los de Vicente.
-¡La enfermera se equivocó de medicamento, yo estaba ocupado y no pude verlo, quizás lo hubiese salvado! ¿Contenta?-Soltó Vicente de golpe sorprendiéndose a si mismo.
-¿Ocupado en qué?-Preguntó Alicia con una ligera sonrisa en los labios.
-Con otro pacien...
-¿En serio?-Dijo Alicia mientras fruncía el seño.
-Con una enfermera...-Suspiró Vicente.
-Así me gusta.- Dijo Alicia mientras lo miraba con una abierta sonrisa.
-¿Por qué me haces esto?-Preguntó desesperado.- ¿Ahora me vas a acusar de negligencia, tengo que empezar a buscar abogado?
-No, te lo dije. Me alegra que mi Tata se haya ido. Es sólo que no me gusta que me mientan, ni que me oculten las cosas. Quería saber que había pasado, noté que mentías en el hospital, así que te saque de ahí para poder saber la verdad.
-¡Já, que divertido!-Dijo Vicente en un evidente tono de sarcasmo.
-Si, en verdad lo es.-Contestó Alicia.-¡Ro, la cuenta por favor!

viernes, 9 de julio de 2010

Adagio

El viaje fue incomodo, Vicente no sabía de que hablar y Alicia guardaba un reverente silencio, además, con la prisa por escapar de ella, Vicente siquiera se sacó su abrigo al entrar al vehículo y, con la calefacción prendida, se encontró sudando a mares sin saber bien si era por el nerviosismo de la incoherente situación o porque en verdad estaba muriendo de calor con aquel abrigo. Era tal su incomodidad que ni siquiera se sintió capaz de prender la radio, así que, después de estacionar, sintió un alivio casi post coito al poder salir y sentir el aire fresco en el cuerpo. Con consternación noto que el viaje, al parecer eterno, duró tan sólo diez minutos.

-Bien, Lastarria. ¿Dónde queda ese famoso café?-Preguntó malhumorado.
-Por acá, ven, sígueme.

Avanzaron por entre la gente que, a pesar del frío, pululaba por las callecitas del barrio Lastarria, entraron a un pequeño callejón bastante escondido y entraron por una puerta de la que parecía tan sólo una casa más. Vicente quedó sorprendido, parecía que hubiese entrado a otro mundo, el lugar estaba decorado con gracia, se sentía un exquisito aroma a café en el aire y sonaba una suave música ambiental que no era hostigosa como la de los ascensores o de los supermercados, sino que le daba al lugar un toque de tranquilidad y seriedad que es difícil encontrar en los cafés de hoy en día.

-Hola Alis.
-Hola Ro.
-¿Lo mismo de siempre?
-Si.
-¿Y para tu acompañante?
-Igual.

Alicia avanzó con paso presuroso a una de las pocas mesas vacías, se sentó y esperó a que Vicente, aún algo anonadado por el lugar, dejase su abrigo en la silla y tomase asiento.

-Bien. ¿Te gusta, señor Arriagada? -Preguntó mientras clavaba esos ojos pardos en los de Vicente.
-Mucho, es increible...¿Qué me pediste?
-Un Moka y una medialuna con chocolate.
-¡Oh, genial!-Exclamó Vicente.

Esperaron en silencio mientras llegaba el pedido, Vicente comenzó a ponerse nervioso...bueno, más nervioso. No tenia idea que decir ni tampoco sabía por que lo había "raptado" la muchacha, imaginaba que era para hablar sobre su abuelo, pero no lograba pensar en nada para iniciar la conversación, los penetrantes ojos de la muchacha estaban clavados en él y eso no ayudaba en absolutamente nada. Después de largos minutos Alicia habló.

-Dime, señor Arriagada. ¿Cómo murió mi Tata?
-Ya se lo dije. Un paro respiratorio.-Contestó Vicente con un suspiro.
-Si, lo sé. Pero quiero saber detalles. ¿Eso duele mucho? ¿Podrían haberlo salvado?
-Si, duele, pero a tu abuelo se le suministraba tramadol...es un analgésico muy fuerte, además no había recobrado la conciencia en los últimos dos días, a pesar de que mostraba signos de recuperación...En verdad no puedo saber si le dolió, pero creo que no. Y haberlo salvado...difícil.
-Entiendo...¿Si se hubiese recuperado habría podido volver a tener una vida normal?
-No. Probablemente tendría que haber quedado en cama.
-Sabes, señor Arriagada, te confesaré algo. Me alegra que mi Tata haya muerto. Eso no era vida para él. Mi tía nunca lo entendió. Desde que murió mi Abuela lo único que quería mi Tata era seguir sus pasos.-Dijo Alicia.-Ella era la que no dejaba que él se fuera.

Vicente guardó silencio, no por cortesía, siquiera porque le importara realmente lo que le pasaba a la chica, guardo silencio porque no encontró palabras que decir en ese momento. Cuando alguien te dice algo así uno puede asentir, sonreír, hasta poner cara de tristeza, pero para hacer cualesquiera de esas cosas uno tiene que tener un mínimo de confianza, cosa que Vicente no tenía con Alicia.

-Alicia, note algo...-Dijo Vicente después de unos momentos en un intento desesperado de romper el hielo.-No me dices doctor como todo el mundo...
-¿Tienes un doctorado?-Interrumpió Alicia.
-Ehhh...no.- Respondió sintiendo como un frío cuchillo se hundía en el corazón de su orgullo.-Pero dime Vicente.-Dijo finalmente tragándose a duras penas las ganas de mandarla a la mierda, mal que mal, a pesar de todo, la chica era, si no linda, por lo menos muy atractiva y él no iba a dejar que una potencial presa escapara.
-Bien, Vicente. Mira, ahí viene nuestro café.

miércoles, 7 de julio de 2010

Iba saliendo del turno, y, aunque hacía un frío que calaba los huesos, había un cierto aire de festividad general, era algo que se sentía en el aire, no había una razón concreta y tocaba tanto a los pacientes como a los trabajadores del hospital, al parecer, según lo que había oído, tanto Psyche como Eros y su hijo Voluptas andaban de parranda, inundando todo el lugar de una sensualidad y descaro como él jamás los había visto. Diablos, si hasta las viejecitas andaban algo picantes. Vicente no se quejaba por este hecho, había pasado una buena noche con Pía, una buena tarde con María y una despedida asombrosa con...¿como era que se llamaba? Bueno, no importaba. Tan sólo esperaba que esto continuara así.

Se dirigió hacia su auto e introdujo la llave en la cerradura.

-Bonito auto. ¿Qué año es?-Escuchó a sus espaldas. Sobresaltado y con el corazón dando botes en el pecho Vicente giró y cual fue su sorpresa al ver a...¿Alicia? parada a un par de metros de él con una mano apoyada en sus caderas y la cabeza algo ladeada.
-Dos mil nueve.- Respondió algo intimidado, abrió la puerta del automóvil y lanzó su bolso al asiento trasero, subió y cerró la puerta.
-¿Te vas a ir, sin siquiera invitarme un café o algo así?
-¿Qué es lo que quieres?
-Hablar.
-¿Sobre su abuelo? Ya se lo dije la otra vez, señorita, no hay nada más que decir. -Respondió algo azorado.
-Quizás si.-Respondió mientras que Vicente, con esas parálisis que solamente dan el pánico y la sorpresa, miraba como ella desvergonzadamente rodeaba el sedán y se sentaba con un aire de altiva seguridad en el asiento del copiloto.-¿Dónde me vas a llevar? Conozco un café en Lastarria muy bueno, hacen un mocaccino excelente.
-Bájate.
-No
-Bájate o llamo a seguridad.
-Dije que no.-Y clavó sus ojos café en los de él.

Se podría decir que este fue uno de esos momentos en los que la vida da un giro en noventa grados, en que se pueden tomar dos decisiones, una de las cuales nos llevará por un camino nunca antes explorado y la otra nos dejará con la duda y el sabor amargo del "que hubiese pasado si". El neto hecho de reconocer estos momentos requiere de una sorprendente lucidez mental y, no está de más decirlo, unas cuantas toneladas de suerte. Muchas de estas ocasiones pasan en la vida de todos y la mayoría de las veces, ya sea por miedo, ira, franca despreocupación, malos consejos o simplemente por razonar más de la cuenta, por ser unos completos imbéciles, las dejamos pasar. Luego vienen las culpas, el hundirse en ese pantanoso terreno de los "y si lo hubiese hecho, si me hubiese atrevido, si no hubiese estado tan emputecido, si hubiese tenido algo de plata en el celular, si la hubiese sacado a bailar, si hubiese..." y nos rompemos por dentro, caemos en un vortex del cual es muy difícil salir. Caemos, caemos y caemos. Esa decisión se convierte en un zahir, en algo que no se puede olvidar, que siempre pesará en la conciencia, que marca un antes y un después, que separa una hipotética felicidad de una hipotética tristeza, pero que al fin y al cabo es solamente eso, una decisión tomada. Algo que no se puede cambiar.


Para Vicente la decisión fue fácil, Alicia no estaba nada de mal y su actitud lo hizo pensar en como sería en la cama, además no tenía nada que perder al compartir un café con ella. No era muy tarde y el marido de Pía terminaba hoy el turno de noche. Si, una café estaría bueno.

Podría decirse que esto es lucidez mental, pero en verdad fueron toneladas y toneladas de suerte, casi toda la suerte de una vida...

-Ok, ok, tu ganas. Dime donde queda ese café.-Dijo Vicente mientras hacía retroceder el auto.

martes, 6 de julio de 2010

La muchacha volvió rápidamente al séquito, sin dejarle oportunidad de contestar a Vicente el cual, aunque atónito por la osadía de aquella bonita muchacha, no perdió la oportunidad de ver el bonito trasero que se alejaba, mal que mal el era Vicente Arriagada, una leyenda entre sus compañeros de juerga y las palabras de esa putita (aunque fuesen ciertas) no iban a impedir que por lo menos pudiese recrear la vista.

A Vicente no le preocuparon más de cinco minutos las palabras de Alicia, en realidad las olvidó a penas cruzó el umbral de la puerta, dio tres pasos y sintió el cariñoso agarrón que le dio Pía.

La tarde pasó tranquila, a ningún vejete se le ocurrió morirse y no llegó ningún otro a reemplazar al caído. Y así fueron pasando los días: hacer su ronda, volver a su casa, tomar una cerveza, ver alguna estupidez en la caja tonta mientras llega la comida a domicilio, un rato en algún chat, otro más respondiendo e-mails, una hora con la consola, luego otra cerveza, a la cama y dormir, despertar con la alarma, una mirada tras la cortina para hacerse una idea del clima, una ducha, una pequeña afeitada, un vaso de café (del de verdad, nada de esa mierda que hay en el hospital), una manzana, algo de ejercicio mañanero, unos minutos con la caja tonta, una revisión total de las cosas que debía llevar: llaves del departamento, llaves del auto, celular, el otro celular y el otro celular, agenda (una mirada rápida para no olvidar ninguna chic...reunión importante, un saludo al conserje, una parada corta a comprar algún diario, unos gritos de rabia a los conductores ineptos, estacionar, un pellizco a Pía o a cualquier otra que estuviese disponible y a comenzar la ronda. Luego volver a casa, tomar una cerveza, ver la caja tonta mientras llega la comida a domicilio, un rato... y así, día tras día, hasta el preciado viernes. Entonces la rutina cambiaba, bueno, seguía igual hasta la primera cerveza, llamadas pertinentes, ducha, ropa, llaves del departamento, llaves del auto, celular, el otro celular y el otro celular, condones en la billetera, un saludo al conserje, una parada corta a comprar pastillas de menta y cigarrillos y al pub...o a la disco...o al motel, dependiendo con quien se iba a juntar. Así son los días de Vicente, así han transcurrido los últimos tres años desde que salió de la facultad y encontró este trabajo, probablemente si leyese lo rutinaria que se ha vuelto su vida no lo creería...nadie jamás lo cree.

Hasta ese día...

lunes, 5 de julio de 2010

-¡Doctor! ¿Qué le pasó a mi papá? - Declamó la señora, entre hipidos y lágrimas.
-Fue un paro respiratorio, Señora, la neumonía afectó a su pulmón derecho como ya lo había hecho con el izquierdo, que su padre fuese un fumador a su edad no ayudó mucho a su estado yya que tenía tan avanzada edad no podíamos conectarlo al respirador mecánico, los antibióticos no lograron detener la infección, la hora del fallecimiento fue a las tres de la tarde, en verdad lo siento mucho- Dijo Vicente con rapidez, tratando de acortar lo más posible aquel momento.
-¡Pero si dijeron que estaba recuperándose!
-Si, lamentablemente con las personas de esa edad es difícil...
-No nos está diciendo todo, señor.- Interrumpió una muchacha del séquito.
-Disculpe, ¿cómo dice?- Exclamó Vicente con un hilo de voz, la muchacha, de estatura mediana, unos veintitantos, tez morena, lo miraba fijamente. Sus ojos, aunque vidriosos por las lágrimas, tenían una mirada penetrante.
-Eso, que siento que no nos está diciendo todo...
-Cálmate, Alicia, no es momento para escandalos.- Se apresuró a intervenir la señora García.
- No se preocupe, Señora. Dime ¿Alicia, cierto? ¿Qué podría estar ocultando?- Dijo Vicente, esperando con desesperación a que algún vejete entrase en crisis y lo llamasen por el altoparlante.

La verdad es que si, no les estaba diciendo todo, no dijo, por ejemplo, que en los momentos en los que el viejo se estaba muriendo él estaba encerrado en el cuarto de las escobas con Pía, esa exquisita enfermera que había llegado hace un par de semanas, no dijo tampoco que la enfermera del turno de la noche se había equivocado de antibióticos y que él, aunque se había dado cuenta después de leer la ficha, no había dicho nada porque, bueno, se la "beneficiaba" de vez en cuando, ni que, bueno, estaba, como ya se dijo, "ocupado" cuando debía estar haciendo la ronda y que, quizás, sólo quizás, si hubiese llegado a tiempo, podría haberle dado ¿qué, dos meses más al viejo?

-No lo sé.-Dijo Alicia, con la mirada baja.-Pero sé que algo...
-Ya, córtala.-Dijo la señora García.-Discúlpate, Niña.
-Bueno Tía...Lo siento, señor.-Dijo Alicia con un suspiro
-Bien.-Dijo Vicente, con un suspiro de alivio.- Tengo los papeles listos, en recepción le darán todas las indicaciones para poder retirar el cuerpo. En verdad lo siento mucho.
-Gracias por todo, Doctor.-Dijo la señora García.
-No se preocupe, Señora, y en verdad lo siento.

Vicente se dio media vuelta y se dirigió, con lo que a él le pareció un paso digno, hacia la bendita puerta de "solo personal autorizado" cuando sintió que le tiraban del brazo.

-Esto no ha terminado aún, Señor.- Dijo la muchacha.-Falta mucho que decir.
-¿Me estas amenazando?
-No, sólo se lo digo. Que tenga buena tarde.

domingo, 4 de julio de 2010

Sus manos comenzaron a transpirar, nunca lograría acostumbrarse a ello. Una cosa era hacer una llamada impersonal, otra muy distinta ver a la familia, a los seres queridos llorando, pidiendo, rogando, dándose con una piedra en el pecho...martirizándose. Él no se había hecho médico para ello, bueno, a decir verdad, ya no recordaba la razón por la que se había hecho médico. Debe haber partido como tantos otros jóvenes soñadores pensando en que podrían cambiar el mundo, en que ellos si se preocuparían por los pacientes, en que lograrían algo que ningún médico había logrado: ser humano. Luego había llegado la primera muerte, el dinero, el departamento, el auto y todas aquellas cosas que comienzan a preocupar más, mucho más, que el destino del viejo de mierda que está postrado en la cama y casi sin darse cuenta se convirtió en aquello que tanto detestaba. Los sueños se desvanecieron, el mundo siguió girando y su humanidad fue perdiéndose poco a poco, gota a gota, hasta que solamente quedo el nerviosismo de hablar con la familia del fiambre, el miedo a decir algo equivocado y el respiro al dejar firmados los papeles, al desaparecer por aquella bendita puerta con el sagrado rótulo de "sólo personal autorizado" para volver nuevamente a su mundo, su mundo de viejos muriendo, de enfermeras calientes, de viernes de copas, de rock ochentero, de amistades vacías y de sexo desconocido para lograr olvidar las caras de ojos rojos, olvidar las palabras de agradecimiento, olvidar que en verdad era un ser humano, volver al trabajo y esperar a que otro vejestorio muriera.

Su nombre sonó en el altoparlante, la vieja vivía cerca, caminó por el pasillo hasta verla con su séquito de familiares de ojos rojos, puso su mejor cara de aflicción (que por cierto no era muy buena) y avanzó, con paso decidido, a terminar con su tormento.

sábado, 3 de julio de 2010

Obertura

Partió con muerte, como todas las cosas, una fría tarde de mayo. El médico anotó la hora de la muerte y la enfermera cubrió su rostro con una sábana. No hubo tristeza en ninguno de los dos gestos, no hubo aflicción, un paciente menos, un viejo a la morgue, como tantos otros, como todos los días. Son cosas que pasan en un hospital geriátrico. Mal que mal el promedio de edad de los pacientes bordeaba los setenta y cinco años y en un lugar como ese el personal se insensibiliza, saben que no pueden encariñarse, saben que los viejos de esa edad se levantan con la muerte, comen con ella, a veces hasta juegan partidas de brisca buscando un par de años más. No, ellos vivieron su vida, tomaron decisiones, rieron, lloraron y al final llegaron acá, a morir en una bella habitación con cortinas floreadas, un televisor que nunca se ha prendido y una cama con olor a desinfectante.

El médico salió de la habitación preparándose para la llamada, esperaba que no fuese una vieja histérica como la última vez aunque aún esos eran preferibles a los que soltaban frases para el bronce, nunca entendió como podía haber gente que decía cosas como "es para mejor", "ya no está sufriendo" y, la peor de todas, "se fue porque dios lo quiso". Já, todo eso era tan sólo para darse algo de consuelo, la verdad es que el abuelo/a había muerto, ni su risa ni su voz se volverían a escuchar, los hijos llorarían, los nietos llorarían, un velorio con rezos, un ataúd, una tumba en algún parque, un epitafio bonito y luego el olvido. ¡Que mentira aquella de que uno sigue viviendo mientras tenga descendencia, si con algo de suerte él podía recordar el nombre de su bisabuela! La verdad era más cruda, uno nace, vive y, a menos que haga algo muy maravilloso o muy malvado, como descubrir la cura para el cáncer o matar a seis millones de judíos, simplemente pasa al olvido.

Vicente, que era su nombre, caminó por los pasillos del hospital, se acercó a la oficina, sacó algo de ese bodrio al que le llamaban café e hizo la famosa llamada.

-La señora Carla García, por favor...del hospital C...señora García, lamentablemente su padre falleció...si, no se preocupe, la espero...en verdad lo lamento... Hasta luego... no se preocupe.

No podía huir de ello, la mujer iba para allá.

Silencio

El único, el más grande, el primer sonido de la violencia. La mayoría de las personas piensan que el silencio se asemeja a la paz más absoluta, personalmente creo que no es así, hay silencio cuando el tigre caza en el bosque, hay silencio cuando ya todo se ha dicho, así como también cuando todo está por decirse, hay silencio cuando muere alguien y ese alguien, además, desde ese momento siempre quedará en silencio.

Cuando decidí hacerme un blog pensé en escribir mi historia, algo así como una autobiografía, pero pensé en que hay mucha gente que compartió su vida conmigo, que me contó secretos, confió en mi...¿Qué tipo de ser demostraría ser si rompo esa confianza mostrándola en internet? Así que luego me dije: escribe tus pensamientos. Pero seamos sinceros ¿A quién le importan? No, el narcisismo estaba descartado.

Una historia ficticia quizás, de esas sin vampiros que brillan, sin hombres lobo enamorados, sin secretos escondidos en cuadros o conspiraciones dentro de conspiraciones, algo más tangible, sobre personas comunes y corrientes, personas que viven su vida en el gris, personas que jamás saldrán en la televisión, ni en los diarios salvo como unas iniciales o como las víctimas de algún crimen. Personas como yo, que viven su vida a base de rutina, que aman, que sufren, que estudian o trabajan, personas que suplen su vida en base a engaños, en base a televisión, fútbol, alcohol y fingen divertirse los sábados por la noche. Personas que viven su vida en silencio...en silencio...en silencio, en el primer sonido de la violencia.