Y la mañana fue pasando, entre aspiraciones, exámenes de rutina, dar a un par de viejos de alta y mandar a uno a la morgue, así, rápidamente, llegó la hora de almorzar. Vicente no lo notó, no porque no tuviese hambre, sino porque ahora que no tenía ninguna distracción (la ronda no era distracción para nadie) podía pensar, no con claridad, sino que con tranquilidad. Repasó toda la conversación, desde cuando se encontró con ella por primera vez hasta su despedida en Lastarria, repasó mentalmente cada frase, cada movimiento, hasta repasó lo que recordaba del sueño (cosa que hizo que tuviese que andar encorvado por un rato) hasta que Camila lo sacó de su ensoñación cuando lo fue a buscar para que fuesen a almorzar.
Mujeres...la debilidad de Vicente, no porque fuese un "Don Juan", ni porque tuviese que sacárselas de encima con un palo, sino porque fue algo que Vicente descubrió cuando ya era bastante "adulto". Para comprender esto hay que activar el condensador de flujo, ponerle combustible al Delorean y retroceder unos cuantos años. Si pudiésemos hacerlo sin que Michael J. Fox nos atacara con su patineta voladora, nos encontraríamos con un muchacho tranquilo, quitado de bulla, que va entrando a la facultad de medicina con su mochila en la espalda y un libro de anatomía bajo el brazo. Este Vicente nunca ha tenido sexo, nunca nadie lo ha mirado más que como "mejor amigo", nunca ha dado un beso salvo a su madre, viste con chaleco a rombos, pasa metido en la biblioteca, al llegar a casa entra a internet y es un asiduo visitante a páginas porno que babea imaginando como será tocarle los pechos a una mujer. Es a este Vicente al que le ocurrió lo siguiente.
Fue una tarde en la biblioteca. Tan sólo faltaban dos semanas para comenzar el calvario de fin de semestre y, aunque no le había ido mal, si podría jugarse el pellejo si fallaba en los exámenes, al fin y al cabo tenía un cien por ciento en el crédito y sabía que sus papás no podría pagar el arancel y que tampoco lo podrían mantener mucho tiempo más, así que ademas de estudiar había buscado un trabajillo de medio tiempo por lo que tenía que prepararse con más tiempo que sus compañeros para los exámenes. Fue a la biblioteca, abrió el libro y se puso a repasar.
-Hola.
-¿Ah?-Dijo Vicente levantando la vista, era una de sus compañeras de curso, una de las cuales él usaba en sus fantasías.- Ho...Hola.
-¿Te puedo acompañar?-Preguntó ella mirándolo con cara de cachorrito.
-Ehhh...si, claro.-Contestó él.
Así comenzaron a hablar, a estudiar juntos, bueno, él a estudiar y ella a leer los resúmenes que él le preparaba, a juntarse a comer juntos, a sentarse juntos en clases y todo lo que se supone que hacen los amigos cuando andan juntos en la universidad. Lo cierto es que Vicente comenzó a enamorarse de ella. Lucía se llamaba. Su vida comenzó a girar en torno a ella. Se iban juntos a la casa, hablaban por teléfono, la primera vez que Vicente salió a bailar fue con ella y así un largo etcétera. Lucía no tenía novio, por lo menos no ahora y no eran pocos los que andaban detrás de ella, así que Vicente era mirado con envidia por el resto de sus compañeros, cosa que en verdad le traía sin cuidado ya que nunca había logrado formar lazos con ellos. Sólo Lucía importaba y, una tarde en la que estaban estudiando en su casa, Vicente no aguantó más y le confesó que estaba loca y perdidamente enamorado, se sentó junto a ella, temblando le tomó su mano y le pidió, no, le rogó, que le diera un beso. Ella lo quedo mirando, le llamo tonto y tomándole la cara entre sus manos lo besó. Después de eso, y ya que sus padres no se encontraban en casa, Vicente, a sus veintidós años, supo por primera vez lo que era hacer el amor.
Podríamos mentir y decir que esa relación duró muchos años, que fueron momentos felices y que si terminó fue por un distanciamiento paulatino, un desgaste de lo que se supone que sentían. Que tanto Vicente como Lucía continuaron siendo los mismos amigos inseparables que eran, pero la verdad es que fue una relación de odio-amor, después de eso si no estaban discutiendo, estaban en la cama. Vicente se obsesionó con ella, la llamaba cada cinco minutos, sentía celos de los otros amigos de Lucía a los cuales nunca se había dado el trabajo de conocer y, finalmente hostigada por aquel que decía amarla, ella, luego de tan sólo tres meses de relación, lo dejó.
Vicente se sintió engañado, sintió que había sido utilizado. Pensó que había sido un instrumento para que ella pudiese sacar bien sus ramos, algo que se utiliza y luego simplemente se desecha. Sus notas bajaron y estuvo a punto de reprobar varias asignaturas, para colmo de males, compartía las clases con Lucía, la cual lo ignoraba de una forma que a él le parecía despiadada. De lo que nunca se dio cuenta fue de que Lucía realmente lo quiso, realmente se enamoró de él y que fueron solamente sus actitudes de pendejo lo que terminó rompiéndola, asustándola y finalmente alejándola. Ella veía con tristeza la espiral de decadencia en la que había caído Vicente, pero por miedo no volvió a acercársele. Quizás en algún universo paralelo ella se acercó, conversaron, él cambió y fueron felices, se casaron y tuvieron tres hijos, ella murió de cáncer a los cincuenta y siete años y él la siguió poco después gracias a un ataque al corazón. Sus hijos los lloraron y los enterraron juntos, para que ya jamás se separaran.
En este universo, Vicente se obsesionó aún más por el sexo, pero comprendió que así como se veía no atraía a nadie, así que, luego de entender que no sacaba nada matándose ni dejando la carrera, se metió a un gimnasio y cambió su modo de vestir. Le costó un par de años conseguir un cuerpo, no perfecto, pero atractivo, comenzó a salir, ya no a divertirse ni a bailar, sino de caza y en los últimos años de universidad ya tenía una fama de conquistador que se basaba mucho más en rumores que en certezas, pero que no impidió que su autoestima se viese aumentada unos cientos de veces más y, cuando entró a trabajar en el hospital, no tardó mucho en tener un par de "amigas".
Así es Vicente, después de la relación con Lucía (a la cual aún recuerda) nunca logró formar nada estable, nada que durara más de unas cuantas semanas. Cosa que, aunque a veces lo incomodaba, no tardaba en olvidar en los brazos de algunas de sus enfermeras...como Camila, con la que se dirige al comedor.